QUE EL ÁNGEL DE LA JIRIBILLA LOS ACOMPAÑE.

lunes, 26 de diciembre de 2011

LA HABANA

¿Y quién me puede quitar ese poder infinito, amor sin sicologías ni dobles deseos que siento por estas calles que me cobijan, entre sus derrumbes y sus lágrimas? Helena se detuvo un día ante el Rex y el Duplex y sólo un entendido pudo saber el porqué de su desesperación. Puedo visitar las capitales más hermosas del mundo y moverme hipnotizada por el Prado de Madrid, las Ramblas, la Quinta Ave o Broadway. Muda quedé en Corrientes y Caminitos. Apabullada ante el silencio cósmico de Lisboa y el encanto de Rio de Janeiro. Vivo en la Ciudad sin Límites, la hermosa Tenochtitlan, perenne y sangrienta como su propia historia. Pero una y otra vez mi corazón volará sobre el mar, hacia la ciudad de mi infancia, sueños y pesadillas. La Habana será, hoy y siempre. La que desangra mi corazón y nutre mis esperanzas.
Yo no quiero morir, ciudad, yo soy tu sombra,
yo soy quien vela el trazo de tu sueño,
quien conduce la luz hasta tus puertas,
quien vela tu dormir, quien te despierta;


Son ya tantos los que han anhelado verte desde el límite de la vida que te conviertes en un espejismo en medio del desierto. Pese a todo, La Habana continúa siendo nuestro más caro sentimiento de infelicidad y desasosiego.
Lo siento en mis neuronas, en mi linaje y en cada fracción de mi genética. Habanera de varias generaciones soy. La Habana es mi patria y mi suicidio.

Quisiera ser mañana entre tus calles
una sombra cualquiera, un objeto, una estrella,
navegarte la dura superficie dejando el mar,
dejarlo con su espejo de formas moribundas,
donde nada recuerda tu existencia,
y perderme hacia ti, ciudad amada,
quedándome en tus manos recogido,
eterno pez, ojos eternos,
sintiéndote pasar por mi mirada
y perderme algún día dándome en nube y llanto,
contemplando, ciudad, desde tu cielo único y humilde
tu sombra gigantesca laborando,
en sueño y en vigilia,
en otoño, en invierno,
en medio de la verde primavera,
en la extensión radiante del verano,
en la patria sonora de los frutos,
en las luces del sol, en las sombras viajeras por los muros,
laborando febril contra la muerte,
venciéndola, ciudad, renaciendo, ciudad, en cada instante,
en tus peces de oro, tus hijos, tus estrellas.


jueves, 22 de diciembre de 2011

FELIZ NAVIDAD

Ha sido un año peculiar, entre penas, glorias,acercamientos, dolores y alegrías. La familia, siempre lejos y el dolor cada día más punzante de la distancia y el adiós definitivo a los más viejos. Por eso, esta Navidad debe ser para todos un canto de reconciliación cercano; un alto a la ignominia de la separación absurda y una esperanza presente y futura que abogue porque nunca jamás los cubanos seamos separados por ningún gobierno.

Los que no saben de la nostalgia no podrán entender el dolor de 53 años. A todos los cubanos, una Navidad esperanzadora de un mañana sin política de las cavernas. Por un abrazo único y apretado que nos funda en lo que nunca hemos dejado de ser: HERMANOS. Por una Navidad donde prime la tolerancia y el amor al prójimo y no los golpes y la descalificación.

A todos mis lectores, a los amigos y seguidores, que la Paz sea con todos.

FELIZ NAVIDAD 2011.

domingo, 4 de diciembre de 2011

DE NOVELA NEGRA

La escritora Patricia Cornwell, ganadora del último Premio Internacional de Novela Negra RBA con Niebla roja, una nueva entrega de su detective forense Kay Scarpetta, piensa que el personaje evolucionará al ritmo del mundo y por esa razón cada vez se centra “más en su mente y no tanto en el crimen”.
Sin salirse del guión previsto, Patricia Cornwell, una de las grandes ‘damas’ del crimen, confiesa en una entrevista: “lo que más me interesa es Scarpetta, cómo funciona su mente y cómo se enfrenta a las diferentes situaciones y los diferentes personajes, y no tanto el crimen o los métodos científicos”.
En su opinión, y es algo que se plasma en sus novelas, “el factor humano es determinante, porque la ciencia no resuelve los crímenes y si no hay las personas adecuadas dirigiendo la investigación, habrá problemas”.
Frente a otros autores que prefieren ir directos a la acción, Cornwell utiliza un estilo muy descriptivo que sumerge al lector en cada ambiente, una opción “deliberada” para que “el lector perciba lo que Scarpetta siente en ese momento”.
Niebla roja, publicada antes en España que en Estados Unidos, está poblada de mujeres malvadas: la perturbada Dawin Kincaid, que se halla en un hospital a la espera del informe que determinará si puede o no ir a juicio, su madre Kathleen, o Lawler, que cumple una sentencia de 20 años por homicidio.
“Intento que la maldad se reparta de manera igual entre hombres y mujeres, pero el denominador común del mal siempre es el abuso de poder y aquí las mujeres son malas porque tienen el poder”, comenta la autora, para quien “las mujeres resultan más perversas porque por su instinto maternal más aguzado pueden darle la vuelta y causar una pena, un dolor y un sufrimiento más perdurables”.
Cuando comenzó a escribir en 1990 Postmortem, Cornwell se convirtió en precursora del uso de la ciencia forense en el género policíaco, algo que luego popularizaron series televisivas como CSI o Dexter.
A su juicio, los lectores de este subgénero “estarán más interesados en la evolución de los personajes que no en los aspectos tecnológicos”.
Nada parece distraer a Cornwell en su carrera literaria actual, centrada casi en exclusiva en la serie de Kay Scarpetta, que ya tiene 19 entregas y por ello no piensa en continuar otras dos series que escribió. “Si tuviera que continuar alguna, quizá lo haría sobre Andy Brazil y Judy Hammer”.
Y añade: “De momento, me gusta mucho escribir sobre Scarpetta, no me aburre y no pararé mientras esté interesada en ella y los lectores la sigan, y con el tiempo ella irá evolucionando al ritmo de los cambios del mundo”.
Admite Cornwell el tópico de que “la realidad supera a la ficción y hay cosas de la vida real que si las escribes en un libro nadie las creería”.
En cambio, la ficción supera a la realidad cuando asiente que ha “resucitado” al personaje de Benton, que murió hace ocho años, porque “sin él, Scarpetta se sentía muy triste y también los lectores, y la trama funciona mejor con cuatro protagonistas”.

La autora norteamericana intenta ser fiel a los lugares que describe, con la única excepción de aquellos en los que suceden los crímenes: “La prisión de Georgia de ‘Niebla roja’ no existe, porque, de lo contrario, sería malo para la reputación de ese lugar”.
El popular personaje será llevado pronto al cine y lo único que se sabe, según Cornwell, es que será interpretado por Angelina Jolie, y que el guionista será Kario Salem ( Captive), pero aún está pendiente la contratación del director.
“Jolie será una Scarpetta fabulosa porque es una fantástica actriz”, afirma Cornwell, que también ayudará al guionista en las cuestiones técnicas de la trama y preparará a los lectores para que no se sientan decepcionados.
Para evitar la “contaminación” prefiere no leer novelas negras y por eso sus intereses como lectora se dirigen a los libros de no ficción, biografías como las de Hemingway, Cleopatra, William Holden o Chesil Beach, de Ian McEwan.

3 DE DICIEMBRE DE 2011
EL NUEVO HERALD

jueves, 17 de noviembre de 2011

UNA CUCHILLADA DE AMOR

Podemos gastar las palabras y romper las lanzas. Frases como Paz, Tolerancia, Respeto, Derechos, se pierden en un país donde los insultos, los golpes y la descalificación priman por sobre la lógica y las más elementales reglas de convivencia. Pero esto no es nuevo: ahora, se golpea al que piensa diferente; en 1959, se fusilaba. Fui testigo, en 1980, de las hordas de adolescentes que sacaban de las aulas para llevar a los mítines repudio. Nuestros padres nos hacían en las escuelas aprendiendo matemáticas e historia pero la UJC y el PCC nos lanzaban a la casa de un gusano que se iba para tirar huevos, tomates, gritar, golpear. Nos incitaban en nombre de un supuesto ideal y una corrompida ideología. Sabíamos que estaba mal pero nuestros propios padres nos decían: “Ve, grita pero no golpees”. A fuerza de gritos nos rompieron la inocencia y crearon una hipocresía brutal que es la que sigue rigiendo en un país dolido, dividido, amordazado y con demasiado miedo para decidir un futuro mejor.
La sociedad cubana futura tiene en sus manos la enorme responsabilidad de fundar un país no sólo “con todos y para el bien de todos” sino de educar a su población en el más elemental sentido de la TOLERANCIA. Puedes pensar diferente, te lo respeto. Tu religión puede ser otra, pero no soy Dios para juzgarte. Los problemas económicos se pueden resolver en un plazo medianamente corto pero educar la mentalidad atrofiada de un pueblo que apenas empezaba a aprender a vivir en democracia en 1952 –cuando el primer largo período tiránico- no es labor de un día. En ese año comenzó la larga historia de la dictadura cubana, que se tiñó de sangre con los fusilados a partir del 59, el éxodo masivo que nunca ha cesado y que ha privado al país de su gente, separado familias y destruido el sentido natural y obvio de lo que significa SER CUBANO en cualquier lugar del mundo.
Los argentinos, chilenos, alemanes, supieron perdonar, sin revanchismo y con sentido práctico. Algunos alegan que hay demasiado rencor acumulado en Cuba pero este sentimiento es similar al que tuvieron muchos otros países. Ellos supieron reconstruir sus naciones eliminando, de un plumazo, la eterna venganza de una vendetta italiana.
Los cubanos no somos ni los más vilipendiados ni los más vengativos. Duele, sí, claro que duele. Pero hay que empezar desde ahora a sembrar la semilla de una Cuba posmoderna, pacífica, tolerante, amorosa. Enterrar rencores para cortar, definitivamente, el círculo vicioso en el que vivimos desde 1952.
Y esta labor es trabajo de todos.


lunes, 24 de octubre de 2011

CUBANOS DE ALQUILER

CUBANOS DE ALQUILER
POR: LUIS MANUEL GARCÍA MÉNDEZ

Hasta finales de los años 70, todo cubano que emigraba sabía que el regreso a la Isla le estaba vetado in saecula saeculorum. Por entonces, los cubanos eran, exclusivamente, mercancía política: en buen estado si permanecían en el almacén insular, defectuosa una vez exportada.

Tras las conversaciones con la emigración, los gusanos salieron de sus crisálidas convertidos en flamantes mariposas, se abrió el banderín de los retornos y fluyeron hacia la Isla hijos, padres, primos y sobrinos, y maletas, muchas maletas con un muestrario de bisutería capitalista que demostró en pocos meses su capacidad erosiva sobre la granítica ideología revolucionaria. Algo que podría predecir cualquier pichón de geógrafo cuando la pelea es entre el agua blanda y la dura piedra. Siempre ha sido más fácil hacerse un vestido con una pieza de tela que con una pieza de oratoria.

Nos habían repetido que en Miami la condesa lavaba platos y el doctor fregaba carros. Cuando ambos aparecieron con todo lo que el ministerio de Comercio Interior no pudo suministrar durante dos décadas, comprendimos que en el más allá las tareas de limpieza se retribuían con largueza.

Hasta hoy, se ha mantenido a los cubanos el carácter de mercancía política. Al derecho de admisión, habitual en muchas discotecas, el Gobierno de la Isla añade el derecho de emisión y el de desplazamiento, incluso dentro de las fronteras, de modo que ha aparecido una figura sui géneris: el no inmigrante ilegal, al que se caza en La Habana o Varadero para devolverlo a su hábitat original en las provincias orientales, posiblemente por razones ecológicas, para no alterar la biodiversidad.

El derecho de admisión se mantiene mediante la “habilitación” del pasaporte (a los cubanos que ellos consideren admisibles) y la in-habilitación de los restantes. Y la emisión de cubanos es también discrecional, aunque “la política de la Revolución, si alguien quiere salir de nuestro país para otro país, si le dan permiso de entrada en ese otro país, es autorizarlo a que salga. Nuestro país no prohíbe que ninguna familia emigre, porque construir una sociedad revolucionaria y justa como el socialismo es una decisión voluntaria y libre” (Fidel Castro; 23 de diciembre de 1999, cuando clamaba por la vuelta de Elián González). Pero ya se sabe que para Castro los conceptos de “libre” y “voluntario” no tienen el mismo significado que para la Academia de la Lengua. Basta recordar el caso del físico Luis Grave de Peralta Morell, preso de conciencia condenado a trece años y deportado tras cuatro años de prisión. Sus hijos y su esposa, a pesar de contar con un visado norteamericano, no fueron autorizarlos a viajar durante años. Cumplieron íntegra la pena que a su padre le fue conmutada gracias a los buenos oficios del congresista demócrata Bill Richardson. O el ya habitual veto que se impone a los viajes de Oswaldo Payá, Yoani Sánchez, Elizardo Sánchez Santa Cruz y otros opositores, e incluso a los que no lo son. Cuando España organizó el encuentro de narradores “La Isla Entera”, el Gobierno cubano negó el permiso de salida a una decena de narradores, de modo que el encuentro fuera “La Media Isla”.

El 28 de agosto de 2000, la secretaria de Estado Madeleine Albright hizo pública una relación de las 117 personas a las que en apenas dos meses y medio Cuba había prohibido viajar, aun teniendo visado norteamericano, y denunció que a los cubanos, con ingresos anuales de 144 dólares, el Gobierno les exigiera un impuesto de salida de 500. De ello se deduce el alto valor que conceden las autoridades de la Isla a la huida, como quien vende salvavidas a sobreprecio en medio de la mar picada.

La Constitución de la República de Cuba de 1901 estipulaba en su artículo 29 que “Toda persona podrá entrar en el territorio de la República, salir de él, viajar dentro de sus límites, y mudar de residencia, sin necesidad de carta de seguridad, pasaporte u otro requisito semejante, salvo lo que se disponga en las leyes sobre inmigración, y las facultades atribuidas a la autoridad en caso de responsabilidad criminal”. Y en su artículo 30, que “Ningún cubano podrá ser expatriado ni a ninguno podrá prohibírsele la entrada en el territorio de la República”. Lo cual será refrendado por la Constitución de 1940.

En su artículo 32, la Constitución de 1992 establece que “Los cubanos no podrán ser privados de su ciudadanía, salvo por causas legalmente establecidas. Tampoco podrán ser privados del derecho a cambiar de esta. No se admitirá la doble ciudadanía. En consecuencia, cuando se adquiera una ciudadanía extranjera, se perderá la cubana”.

De modo que todos los que hemos adquirido otra nacionalidad, deberíamos ser despojados automáticamente de la cubana. En su defensa, el Gobierno cubano podría declararse incapaz de conocer cuáles de sus dos millones de exiliados se han convertido en norteamericanos, españoles o suecos. Pero hay pruebas de lo contrario. En la revista Encuentro de la Cultura Cubana se publicó un excelente texto sobre el caso de un ciudadano cubano que adquirió en la Isla la nacionalidad española y, en estricta interpretación de la Constitución, solicitó que le fuera extraída la nacionalidad cubana, como una muela sin posibilidad de empaste. Había sopesado las ventajas de ser extranjero y residir en Cuba. Tras meses de silencio, y ante la insistencia de su abogado, un viceministro del MINREX le respondió que la ciudadanía española le había sido concedida por una “potencia extranjera” y que el Gobierno cubano, en nombre de la soberanía nacional, se negaba a emprender cualquier tipo de acción bajo la presión de una decisión unilateral de una “potencia extranjera” (reiteración incluida).

En realidad, lo que justifica que el Gobierno de la Isla viole su propia Constitución es que los cubanos somos su mercancía, y no solo política. Ignoro qué evento trascendental ocurrió el 31 de Diciembre de 1970, pero quienes emigraron antes de esa fecha son los únicos autorizados a regresar con pasaportes exóticos, después de pagar 105 € por la “habilitación” (se infiere que hasta entonces malvivían inhábiles) y el permiso de entrada. El resto, estamos condenados a adquirir a sobreprecio un pasaporte de 180 € (y otros 180 € en prórrogas), que en Estados Unidos asciende 370 US$ más prórrogas, como se constata en la página de la Sección de Intereses de Cuba en Washington, donde se clama por la libertad para los cinco, cuando estadísticamente sería más justo exigir la libertad de los trece millones.

Si usted se acerca a un consulado cubano, encontrará un listado de precios:

Carta de invitación 175 €
Permisos humanitarios de regreso definitivo 135 €
Permiso de Residencia en el Exterior (PRE) 80 €
Poder para salida de un menor 125 €
Legalización y certificación de nacimientos, matrimonios, defunciones (100 € por documento)
Transcripción a Cuba de nacimientos y defunciones 100 €
Transcripción de matrimonio a Cuba175 €
Documentación para casarse en Cuba: Solteros, 200 €; divorciados, 300 €; viudos, 400 €. Más 125 € si se casa por poder. Y 110 € por la certificación y legalización del certificado de matrimonio español.

Etcétera. Etcétera.

A juzgar por los precios, todo consulado cubano ha sido bendecido con una estrella Michelín. No hay menú del día ni platos combinados.

Pero posiblemente el más humillante de esos “impuestos revolucionarios” (como llamaba ETA a sus extorsiones a los empresarios españoles) sean las prórrogas de permiso de viaje al exterior (PVE). Después de pagar carta de invitación, pasaporte, permiso de salida, visado y billetes de avión, usted recibe por fin a su padre o a su madre en el aeropuerto. Pero no se engañe. Usted disfruta de sus padres en régimen de alquiler. Por ese concepto deberá pagar 40 € mensuales al Gobierno cubano a partir del primer mes. 150 US$ en Estados Unidos. Hasta un tope de once meses, momento en que ese Estado considera que “el que fue a Sevilla perdió su silla” y expropia a su padre casa, muebles, carro y le expropia la patria negándole el derecho a regresar. Hipotecada la vida del ciudadano, en caso de impago, el Estado acreedor procede a la incautación de bienes y derechos.

Tucídides afirmaba que la ciudad no son sus murallas, sino sus habitantes. Y los Castro se percataron de inmediato que no bastaba ser propietarios de las tierras y mares adyacentes, las fábricas y las casas. Como propietaria de todos los cubanos, la aristocracia verde olivo podía votar, decidir e incluso vivir en su nombre; enviarlos a guerras lejanas y reducirlos a menores de edad perpetuos o incapacitados permanentes que deberán ser representados. “Fidel es nuestro papá”, dijo en cierta ocasión no sé si Robertico Robaina o Felipito Pérez Roque, ambos castigaditos por su mala conducta. Y un padre, como afirmaba Pablo Neruda en su “Oda a Stalin”, suele castigar a los desobedientes: “Stalin alza, limpia, construye, fortifica, preserva, mira, protege, alimenta, pero también castiga. Y esto es cuanto quería deciros, camaradas: hace falta el castigo”.

Los italianos tienen un curioso eslogan: “Intenta vivir de tus padres hasta que puedas vivir de tus hijos”. Y nadie como los Castro lo ha puesto en práctica. Malgastaron en un decenio la economía saneada que heredaron en 1959 de sus padres; disfrutaron durante treinta años la suculenta mesada del padrecito soviético, y desde los 90 intentan vivir de sus hijos. Para ello han actualizado una tecnología del siglo XVII. Por entonces, aunque alguien no dispusiera de hacienda ni de fábrica donde colocarlos, podía adquirir un par de esclavos y “echarlos a ganar”. Como peón, carpintero, pescador o puta, el esclavo conservaría lo indispensable para su sostén y entregaría al dueño la plusvalía. Médicos, entrenadores, militares y marinos han sido “echados a ganar” por los caminos del mundo, bien sujetos a la Isla por una cadena invisible de rehenes filiales. “No podrán otorgar carta de invitación los ciudadanos cubanos que se encuentren cumpliendo misiones oficiales o contratos de trabajo”, reza una advertencia en las páginas de los consulados cubanos. Y añaden que quien deserte “no podrá viajar a Cuba, transcurridos 5 años desde la fecha de su salida del país”, y tampoco recibirán autorización para reunirse con el prófugo sus familiares, los rehenes. El mono habrá escapado, pero la cadena es propiedad del Estado. También en la Isla se ha “echado a ganar” en las corporaciones extranjeras a muchos cubanos. Incluso las putas por cuenta propia son expoliadas indirectamente por el Estado a través de policías y funcionarios, proxenetas del Materialismo Dialéctico. Fidel Castro se encargó personalmente del marketing al calificar a las jineteras insulares como “las más cultas del mundo”, como si los putañeros del universo acudieran a la Isla a disfrutar las bellas artes de la conversación.

Destruida la industria azucarera, arruinados los cafetales y renqueantes las fábricas soviéticas, obsoletas de nacimiento, la exportación de carne ha pasado a ser la primera industria de la Isla, algo que haría las delicias de los caníbales de Papúa-Nueva Guinea: se exporta carne humana en su envase original (100 % natural, sin conservantes ni colorantes). Cubanos de bajo coste que permiten al buró político del alzheimer continuar viajando por la vida en primera clase.

La diferencia con el siglo XVII es que por entonces el esclavo podía ahorrar para comprar su libertad y disponer entonces del fruto íntegro de su trabajo. De momento, la legislación laboral cubana no contempla la manumisión entre los derechos de la clase trabajadora. La única alternativa es el exilio. Y entonces opera la cadena invisible del amor filial: remesas mediante, el exilio cubano está condenado a una práctica que aterraría a los dicharacheros italianos: mantener a sus hijos en el continente y a sus padres en la Isla, y sacarlos de vez en cuando a tomar el fresco del planeta, por 40 € mensuales, el alquiler fijo de un cubano, sin rebajas en temporada baja ni descuentos a los clientes habituales.

TOMADO DE: http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/cubanos-de-alquiler-269265

martes, 20 de septiembre de 2011

BOHEMIA Y MIGUEL ÁNGEL QUEVEDO

Miguel Ángel Quevedo fue editor y propietario de la Revista Bohemia,uno de los semanarios de noticias más populares en sus días en Cuba y América Latina, conocida por su periodismo político y sus editoriales.

La Revista Bohemia se convirtió en la principal voz de la oposición de la administración de Carlos Prio Socarras y apoyó la insurrección y la revolución en contra del régimen de Fulgencio Batista. El 26 de Julio de 1958 la revista publicó el manifiesto de la Sierra Maestra, un documento cuyo propósito fue la unificación de los grupos contrarios y opositores que combatían el régimen de Batista. El 11 de Enero de 1959, la tirada del primer número edición especial de Bohemia después de la revolución fue de un millón de copias y fue vendida en pocas horas.

Tiempo después, Quevedo deja Cuba exiliándose en Miami. Es ahí donde, en Agosto de 1969, se suicida, dejando una carta a uno de sus colaboradores, el periodista Ernesto Montaner, en la cual hacia saber su posición con respecto a supuestos errores cometidos en perjuicio de Cuba, que culminaron con el triunfo de Fidel Castro.

Esta es la carta, considerada como su testamento político.

Sr. Ernesto Montaner
Miami,
Florida

12 de agosto de 1969

Querido Ernesto:

Cuando recibas esta carta ya te habrás enterado por la radio de la noticia de mi muerte. Ya me habré suicidado —¡al fin!— sin que nadie pudiera impedírmelo, como me lo impidieron tú y Agustín Alles el 21 de enero de 1965.

Sé que después de muerto llevarán sobre mi tumba montañas de inculpaciones. Que querrán presentarme como «el único culpable» de la desgracia de Cuba. Y no niego mis errores ni mi culpabilidad; lo que sí niego es que fuera «el único culpable». Culpables fuimos todos, en mayor o menor grado de responsabilidad.

Culpables fuimos todos. Los periodistas que llenaban mi mesa de artículos demoledores, arremetiendo contra todos los gobernantes. Buscadores de aplausos que, por satisfacer el morbo infecundo y brutal de la multitud, por sentirse halagados por la aprobación de la plebe. vestían el odioso uniforme que no se quitaban nunca. No importa quien fuera el presidente. Ni las cosas buenas que estuviese realizando a favor de Cuba. Había que atacarlos, y había que destruirlos. El mismo pueblo que los elegía, pedía a gritos sus cabezas en la plaza pública. El pueblo también fue culpable. El pueblo que quería a Guiteras. El pueblo que quería a Chibás. El pueblo que aplaudía a Pardo Llada. El pueblo que compraba Bohemia, porque Bohemia era vocero de ese pueblo. El pueblo que acompañó a Fidel desde Oriente hasta el campamento de Columbia.

Fidel no es más que el resultado del estallido de la demagogia y de la insensatez. Todos contribuimos a crearlo. Y todos, por resentidos, por demagogos, por estúpidos o por malvados, somos culpables de que llegara al poder. Los periodistas que conociendo la hoja de Fidel, su participación en el Bogotazo Comunista, el asesinato de Manolo Castro y su conducta gansteril en la Universidad de la Habana, pedíamos una amnistía para él y sus cómplices en el asalto al Cuartel Moncada, cuando se encontraba en prisión.

Fue culpable el Congreso que aprobó la Ley de Amnistía. Los comentaristas de radio y televisión que la colmaron de elogios. Y la chusma que la aplaudió delirantemente en las graderías del Congreso de la República.

Bohemia no era más que un eco de la calle. Aquella calle contaminada por el odio que aplaudió a Bohemia cuando inventó «los veinte mil muertos». Invención diabólica del dipsómano Enriquito de la Osa, que sabía que Bohemia era un eco de la calle, pero que también la calle se hacía eco de lo que publicaba Bohemia.

Fueron culpables los millonarios que llenaron de dinero a Fidel para que derribara al régimen. Los miles de traidores que se vendieron al barbudo criminal. Y los que se ocuparon más del contrabando y del robo que de las acciones de la Sierra Maestra. Fueron culpables los curas de sotanas rojas que mandaban a los jóvenes para la Sierra a servir a Castro y sus guerrilleros. Y el clero, oficialmente, que respaldaba a la revolución comunista con aquellas pastorales encendidas, conminando al Gobierno a entregar el poder.

Fue culpable Estados Unidos de América, que incautó las armas destinadas a las fuerzas armadas de Cuba en su lucha contra los guerrilleros.

Y fue culpable el State Department, que respaldó la conjura internacional dirigida por los comunistas para adueñarse de Cuba.

Fueron culpables el Gobierno y su oposición, cuando el diálogo cívico, por no ceder y llegar a un acuerdo decoroso, pacífico y patriótico. Los infiltrados por Fidel en aquella gestión para sabotearla y hacerla fracasar como lo hicieron.

Fueron culpables los políticos abstencionistas, que cerraron las puertas a todos los cambios electoralistas. Y los periódicos que como Bohemia, le hicieron el juego a los abstencionistas, negándose a publicar nada relacionado con aquellas elecciones.

Todos fuimos culpables. Todos. Por acción u omisión. Viejos y jóvenes. Ricos y pobres. Blancos y negros. Honrados y ladrones. Virtuosos y pecadores. Claro, que nos faltaba por aprender la lección increíble y amarga: que los más «virtuosos» y los más «honrados» eran los pobres.

Muero asqueado. Solo. Proscrito. Desterrado. Y traicionado y abandonado por amigos a quienes brindé generosamente mi apoyo moral y económico en días muy difíciles. Como Rómulo Betancourt, Figueres, Muñoz Marín. Los titanes de esa «Izquierda Democrática» que tan poco tiene de «democrática» y tanto de «izquierda». Todos deshumanizados y fríos me abandonaron en la caída. Cuando se convencieron de que yo era anticomunista, me demostraron que ellos eran antiquevedistas. Son los presuntos fundadores del Tercer Mundo. El mundo de Mao Tse Tung.

Ojalá mi muerte sea fecunda. Y obligue a la meditación. Para que los que pueden aprendan la lección. Y los periódicos y los periodistas no vuelvan a decir jamás lo que las turbas incultas y desenfrenadas quieran que ellos digan. Para que la prensa no sea más un eco de la calle, sino un faro de orientación para esa propia calle. Para que los millonarios no den más sus dineros a quienes después los despojan de todo. Para que los anunciantes no llenen de poderío con sus anuncios a publicaciones tendenciosas, sembradoras de odio y de infamia, capaces de destruir hasta la integridad física y moral de una nación, o de un destierro. Y para que el pueblo recapacite y repudie esos voceros de odio, cuyas frutas hemos visto que no podían ser más amargas.

Fuimos un pueblo cegado por el odio. Y todos éramos víctimas de esa ceguera. Nuestros pecados pesaron más que nuestras virtudes. Nos olvidamos de Nuñez de Arce cuando dijo:

Cuando un pueblo olvida sus virtudes, lleva en sus propios vicios su tirano.

Adiós. Éste es mi último adiós. Y dile a todos mis compatriotas que yo perdono con los brazos en cruz sobre mi pecho, para que me perdonen todo el mal que he hecho.

Miguel Ángel Quevedo

martes, 6 de septiembre de 2011

CON SILVIO O SIN SILVIO

No puedo negarlo: yo era de las que iba a los conciertos de Silvio y Pablo a toda hora. Gritaba, cantaba, vociferaba, brincaba. Siempre me gustaron más las canciones de Silvio porque en sus letras hay poesía. Recuerdo que Alina, mi vecina, adoraba a Pablo y varias veces la acompañé a sus conciertos. Poco a poco el hombre, Silvio Rodríguez, se me reveló en sus impertinencias, groserías y discursos dobles. Para mí, hace mucho tiempo, el hombre Silvio dejó de existir. Pero el poeta que sobrevive en la mayoría de sus canciones –el poeta no panfletario, conste- me sigue estremeciendo. Si me tengo que quedar con un Silvio Rodríguez imperecedero será, hoy y siempre, con el poeta magnífico que escribió Ángel para un final... mi canción.

Silvio Rodríguez, la doble moral y la libertad afectiva
POR: CARLOS ALBERTO MONTANER
TOMADO DE: http://www.penultimosdias.com/2011/09/06/silvio-rodriguez-la-doble-moral-y-la-libertad-afectiva/

Silvio Rodríguez acaba de desempolvar en su blog una vieja carta pública que él y Pablo Milanés me enviaron hace más de un cuarto de siglo. Yo los había invitado, también públicamente, a que se quedaran exiliados y denunciaran la dictadura, dadas las dudas y las críticas que ambos tenían del régimen. Pensaba más en Silvio que en Pablo —con quien nunca había cruzado palabra—, debido a que, poco antes, en Madrid, había cenado con Silvio en casa de un amigo común.
En la cena, que transcurrió de manera muy agradable, Silvio presentó una imagen de persona dialogante, deseosa de cambios que le pusieran fin a la división de los cubanos, y, aunque sin estridencias, se quejó de los peores aspectos de la dictadura. Esa noche percibí que el cantautor, en realidad, no creía en el gobierno que solía defender, y me pareció que era un prisionero de la doble moral que devasta psicológicamente a tantos cubanos atrapados en una penosa disonancia entre lo que creen, lo que dicen y lo que hacen. Esa lacerante ambivalencia que intuí luego me la confirmaron algunos de sus más íntimos amigos y amigas.
¿Por qué Silvio retoma hoy su vieja carta? Tal vez, no lo sé con certeza, para cerrar el reciente cruce de correspondencia que tuvo conmigo y complacer a la policía política, que no quedó muy satisfecha con este intercambio epistolar con “el enemigo”. Pero también sospecho que lo hace como una forma de distanciarse de la postura de Pablo Milanés, a quien indirectamente le reprocha su fugaz, pero amable encuentro conmigo, y como una forma de rechazo al deseo manifestado por el autor de Yolanda de propiciar la reconciliación de los cubanos sin renunciar a sus convicciones revolucionarias, patente durante su concierto en Miami. La estrategia de la dictadura, que es hoy la de Silvio, es mantener la crispación y el odio como una forma de legitimar los peores aspectos de la represión.
En efecto, en el guión escrito por la Seguridad cubana, las Damas de Blanco no son unas señoras dignas que recorren las calles pidiendo el respeto por los derechos humanos en medio de un coro de insultos y empellones orquestado por la policía política, sino asalariadas de Washington que cobran por sembrar la discordia en medio de una sociedad que les da su merecido, ejemplarmente unánime en el respaldo al gobierno. Los exiliados no son demócratas que quisieran una transición pacífica a la española o a la checa, con respeto para todas las partes, sino unos terroristas sedientos de sangre al servicio de la CIA, a los que se les debe negar todo trato y cerrar todas las puertas.
Para el Departamento Ideológico del Partido Comunista, que es la cabeza intelectual de la policía política, la mejor estrategia para mantener el régimen intacto y sin hacer concesiones a la voluntad popular, que claramente desea cambios profundos del sistema tras más de cincuenta años de desastres, consiste en sostener la inexistente rivalidad y contradicción entre una Cuba heroica que no puede bajar la guardia, asediada por Washington con el auxilio de unos cuantos canallas que quieren modificar el sistema para liquidar a sus enemigos a sangre y fuego y revertir los supuestos logros de la revolución. De donde se deduce que con esos tipos siniestros, tanto los disidentes dentro de la Isla, como los exiliados que se califican como demócratas, no puede haber ningún tipo de relación, salvo el desprecio y la denuncia. Por eso la andanada oficial contra Pablo Milanés, a la que ahora, vergonzosa y oblicuamente, se une Silvio Rodríguez.
Lo curioso es que esta crispación artificialmente alimentada desde el poder no es nueva en la historia de Cuba. En 1878, cuando se firmó la paz tras una década de guerra entre mambises y españoles (y los criollos que los apoyaban), los enemigos de la reconciliación decían que era imposible la convivencia armónica entre adversarios que se habían hecho tanto daño en el campo de batalla. Pero no fue así: unos y otros, por lo menos hasta 1895, hasta que la intransigencia colonial hizo imposible una evolución pacífica, se integraron en partidos políticos enfrentados en el terreno cívico sin que se produjeran actos significativos de venganza protagonizados por los cubanos o los españoles.
El mismo fenómeno volvió a ocurrir en 1902, tras la inauguración de la República de Cuba propiciada por Estados Unidos después de su victoria frente a España en la Guerra del ‘98. En efecto, entre 1895 y 1898 había ocurrido otra guerra fulminante y terrible, dirigida a sangre y fuego por Valeriano Weyler al frente del ejército español, pero cuando los cubanos asumieron el mando del país, lejos de vengarse de los españoles residentes en la Isla, dueños de casi todos los circuitos comerciales, lo que hicieron fue darles un abrazo a los enemigos de la víspera, reconciliarse con ellos y propiciar la inmigración de más españoles. Nunca fue más numerosa, positiva e influyente la sociedad española en Cuba que en el primer tercio del siglo XX, cuando el país era independiente.
Lo que quiero decir es que el odio permanente no es un rasgo de la mentalidad social de los cubanos como pretenden los defensores de la última dictadura comunista de Occidente. En 1933, los cubanos derrocaron a un dictador, el general Gerardo Machado, y ya en 1940 los machadistas formaban parte del juego político nacional y tuvieron una amplia representación entre los representantes del pueblo que redactaron la Constitución de 1940.
Si en la década de los ochenta, sin ningún éxito, insté a Silvio Rodríguez a desertar y denunciar al régimen, hoy le pido que recapacite, como ha hecho Pablo Milanés, y en lugar de dinamitar los puentes, se dedique a construirlos para que la totalidad de los cubanos, y no sólo un puñado de comunistas dirigidos por una dinastía militar de carácter familiar, puedan expresar libremente sus preferencias políticas para comenzar sin ira la transición hacia la libertad.
Sería útil que Silvio comprendiera que cuando Pablo habla de reconciliación, en realidad está ejerciendo un derecho poco recordado pero inmensamente importante: el de la libertad afectiva, también conculcado por la dictadura de los Castro. Un régimen que secuestró el corazón de los cubanos y los obligó a cortar todo tipo de lazo con los exiliados o los desafectos, ya fueran hermanos, hijos, padres o amigos, está lleno de odio. Un régimen que convirtió a los homosexuales en detestados enemigos del pueblo y los maltrató y encerró en campos de concentración, como antes habían hecho los nazis, es la representación del horror moral y la barbarie. Un régimen dedicado a disgregar a la población, en lugar de predicar la confraternidad entre la inevitable y bienvenida variedad, que decreta el odio como norma de convivencia y combate el perdón y la reconciliación, es un régimen muy enfermo.
La sociedad cubana, Silvio, necesita urgentemente superar esta etapa, pasar la página y construir una Cuba futura con todos y para el bien de todos, como quería Martí, en la que nunca más el gobierno se apodere de las emociones de los ciudadanos y les dicte a quién deben querer y a quién deben rechazar. Los cubanos, Silvio, tienen que recuperar la coherencia ética y renunciar a esa lacerante doble moral que los tortura. La libertad afectiva no es una figura retórica. Es una necesidad básica del espíritu. Es el componente clave de la felicidad individual.

martes, 23 de agosto de 2011

RESPUESTA A LA INOCENCIA


El escritor cubano Ángel Santiesteban, contra quien se está realizando una escalada de patrañas, responde a un comentario que le hicieron por Internet. Esclarecedoras reflexiones del Premio Casa de las Américas, les dejo el texto en cuetión. Me tomé la libertad de señalar en negritas ideas importantes.

Juzguen uds. mismos.





RESPUESTA A LA INOCENCIA

Por ANGEL SANTIESTEBAN

Ya sé por lógica que no se deben responder los comentarios de los foros en internet, por lo general anónimos. Pero esta vez he decidido salirme del protocolo para responder aquí porque me asusta tanto desvarío.

No niego la educación que recibí, pero más se lo agradezco a mi madre, que a veces no desayunaba para que sus hijos pudieran ir a la escuela con algo en el estómago.

Existe una equivocación, es como si el Gobierno haya regalado, como dice: “gratuito”, la enseñanza. Que sepamos ellos no tienen forma de obtener el dinero que no sea del sacrificio de los trabajadores, por ende, nuestros padres sí pagaron dicha educación, lo cual haría una gran contradicción, si nuestros padres pagaron, y crea usted que en un precio alto, nuestra educación, entonces ¿de qué gratuidad estaríamos hablando?

Sepa usted que jamás he querido ser político, pienso que los lados extremos se dan la mano, por lo tanto, si ve en mí afán de política es un error, por cierto, siempre dije que era anarquista, pero después supe que hasta el silencio es política, la practicamos consciente o inconsciente. Si hubiera querido hacer política, desde hace muchos años lo habría hecho, pero fíjese usted que nunca la aproveché. En el año 1992, luego de ser avisado de haber ganado el premio Casa de las Américas con mi libro Sur: Latitud 13, minutos antes de entregarlo, me hicieron saber que no lo recibiría, la Seguridad del Estado amedrentó a los jurados, si no pregunten a Abilio Estévez que me lo explicó avergonzado. Y desde entonces supe callar porque nunca he querido ser reconocido por escándalos extraliterarios, aunque de alguna manera ese lo era.

Acostumbrado a callar

En el año 1995 gané el premio más importante del gremio de los escritores, el UNEAC, y hasta el año 1998 no fue publicado el libro luego de censurárseme la mitad de las páginas. En esos tres años callé porque tampoco deseaba ser escándalo internacional. En un dossier que hiciera la Casa de las Américas sobre literatura de mi generación, pidieron un cuento a todos los escritores, a pesar de haber enviado cinco cuentos, ninguno fue escogido. Y callé también.

Luego, muy cerca, en el 2006, gané el premio Casa de las Américas con mi libro Dichosos los que lloran, y según dicen las bases, el libro estará impreso para la siguiente convocatoria. Tuve que esperar dos años para que llegara a las manos de los lectores, luego de varias conversaciones con la Dirección organizativa del evento literario. Y continué callando.

Fíjese usted si mi ánimo es aprovecharme y convertirme en disidente que llevo dos años soportando esta investigación a ver si desistían porque, por supuesto, me avergüenzan las acusaciones aunque me sepa inocente y para evitar el escándalo.

Con respecto a emigrar, respeto mucho a quienes lo han hecho, sobradas razones han tenido. En lo personal he visitado Estados Unidos en más de una ocasión, invitado por universidades por mi labor intelectual. A pesar de los ruegos de mi familia y amigos porque no regresara, aquí estoy, soportando que alguien me diga que me aprovecho de la circunstancia para emigrar.

En cuanto a mi fractura en el brazo, si se busca en Google, podrá leerse que el yeso fue puesto en un hospital militar: El Naval, y dije la hora que fue, pero además, el Ministerio de Cultura le pidió al MININT que iniciara una investigación, para acallar las protestas de la opinión internacional. Investigación que, al menos a mí, nunca supe la determinación a que llegaron.

¿Agresores fantasmas?

De todas formas, es un poco risible que ellos mismos se busquen, y tanto fue así que en vez de investigar a los agresores fantasmas, lo hicieron conmigo, y dije en ese entonces el nombre del Tte. Coronel que encabezaba la supuesta investigación, que realmente se dedicaba a perseguir a mis amigos, los apresaban por doce horas para interrogarlos sobre mi vida, qué hacía, a quiénes recibía, si me entrevistaba con extranjeros, etc. Por lo tanto, demás está decirle que si hubiesen tenido duda de mi fractura, con ir al hospital y entrevistar a los médicos militares que me atendieron fuera suficiente.

Pero si fuera poco, el cuestionador puede escribirme a mi correo particular y le haré llegar una imagen del certificado médico y de la placa de rayos X. Por demás, he publicado el nombre de mi abogada y el Bufete de Colectivo donde labora.

Con respecto a Yoani Sánchez, a quien usted menciona, me sería imposible alcanzarla ni superarla, ella es un ícono dentro de nuestra sociedad, y si podríamos servir de algo, es para protegerla, brindarle nuestros hombros para que su voz continúe escuchándose, y así nos sabremos todos oídos.

¿Qué más podría brindarle sino suerte con esa venda inocente que usted posee? No se preocupe, la entiendo, la mayoría fuimos como usted. Si no me equivoco podría tratarse de un extranjero, porque tanta inocencia es imposible mantener aquí dentro, ni los propios militantes del Partido Comunista son tan cándidos y reconocen lo que está sucediendo en el país. Además, en mis viajes por el mundo pude encontrar tantos románticos como usted, que ven a Cuba desde la idolatría, que Fidel Castro es un paradigma, pero nunca, desgraciadamente, piensan en el sacrificio del pueblo de Cuba, en el precio que pagan sus utopías.

Esos defensores de Cuba, algunos profesores de universidades importantes, catedráticos brillantes de clase media, después de defender a ultranza al régimen de Cuba, me comentaban amargamente que al día siguiente iría a huelga para exigir aumento de salario. Y no podía impedir hacer un paneo por la residencia donde vivía junto a su familia, hijos en escuelas particulares, su piscina sin usar, sus autos costosos. Nunca pude evitar preguntarme cuántas horas o minutos durarían apoyando al régimen de Fidel Castro, cuando tuvieran que salir a la calle para subirse en un ómnibus atestado de personas, y llegar a la casa sin saber qué podrá cocinarle a sus hijos. Y mirarles los zapatos gastados, recordar que el suyo tiene un hueco en la suela que constantemente tiene que ocultar de sus compañeros de trabajo. Pero ese ejercicio mental se desgastó. Nadie quiere ver más allá de lo que no le perjudica.

Me quedo en Cuba

Por último, decirle que posiblemente algún Presidente europeo, como usted menciona, por amabilidad, me brinde asilo, pero sepa usted que no todos los presos de conciencia salen de la cárcel y deciden irse, algunos se mantienen en prisión porque se niegan a dejar el país. De todas formas de antemano, les estoy agradeciendo y rechazando. Me quedo. Aquí recibí la luz y aquí la veré por última vez.

Pero sin ser Presidente, salvo de mi blog, le pido que venga a vivir a Cuba. Luego usted me dirá cuanto disfraz hay en sus palabras, cuan errónea es su mirada. Lo triste que es ser ciego cuando se piensa que desde una atalaya divisa el horizonte.

Es mi deseo que se instruya, lea los libros de los escritores que han tenido que abandonar su país. Lea a los blogueros de Vocesdecuba.com venga a Cuba y bájese del ómnibus, recorra las calles adyacentes. Aléjese del guía de turismo y busque sus propios interlocutores, aquellos que no tienen un discurso aprendido que le sirve de coraza para no ser perseguidos. No se quede en la piscina del hotel, camine por el malecón y entérese de la realidad cubana. No pierda su tiempo con los espectáculos del hotel. Vaya al teatro, podrá ver los dilemas que enfrenta la sociedad actual. No compre sólo música tradicional, que le recomiendo, sino también aquella música que no tiene promoción, y que sus canciones son pasadas, gracias al Bluetooth, de celular en celular.

Ojalá que mi respuesta no le parezca ofensiva, sólo estoy confiando en esa ingenuidad que me ha conmovido de sobremanera.

Reciba mi saludo y mucha suerte.
TOMADO DE: http://cafefuerte.com/2011/08/23/angel-santiesteban-respuesta-a-la-inocencia/

viernes, 12 de agosto de 2011

LOS SANTOS HABLAN







Muchos creen que todo comenzó aquel fatídico 13 de julio de 1994, pero no es así: empezó con las brutales horas de apagón, el desabastecimiento, el calor excesivo del verano cubano. Porque nadie sabe cómo, dónde y cuándo el cuerpo humano llega a su límite y la gente explota. Sin previo aviso y con el desespero de los que ya nada tienen que perder.
Del 13 de julio al 5 de agosto, Cuba vivió momentos inolvidables. Se gritaba en las esquinas, se atacaban carros de policías. Se caldeaba el ambiente. Y, de repente, sucedió algo imprevisto: en sus viajes entre el Muelle de Luz y Regla, la gente que viajaba en la lanchita comenzó a relatar la salida de la Virgen de Regla en medio de la bahía… en el mar.
La Virgen de Regla –para los católicos- es la Yemayá para la religión afrocubana. Orisha mayor, madre de la vida y madre de algunos dioses. Dueña del mar y de la luna. Diosa de la maternidad universal y de las aguas salobres. Es la dueña de las aguas y al representar al mar como fuente fundamental de la vida se considera madre universal. No sólo es dueña de los mares, sino de todo lo que hay en ellos.Fue mujer de Babalú-Ayé, de Agayú, de Orula y de Oggún. Su hijo predilecto es Changó. Es astuta e indomable, le gusta cazar, chapear y manejar el machete. Es justa pero enérgicamente rigurosa. Aunque el mar es su casa, vive y come en cualquier lugar, lo mismo en la loma que en las cuatro esquinas, en el cementerio o en el monte.
Dicen que en la religión afrocubana, cuando los orishas salen y se dejan ver por los fieles o sufren algún accidente es que algo grande va a suceder. Recuerdo aquellos días de 1994. Trabajaba yo en La Cabaña y muchos compañeros, espantados, me decían: Los santos están hablando. Hay que protegerse. Va a pasar algo.
La gente subía a la lancha para estar a la medianoche en medio de la bahía y ver a su santa venerada. Le pedían. Le rogaban. Entre julio y agosto, fue vista varias veces. Y el 5 de agosto de 1994 fue el maleconazo, seguido por la crisis de los balseros.
Ahora, una noticia sacude a los creyentes, a los folklóricos, descreídos, no-creyentes pero que les da miedo lo desconocido, ateos, comunistas, incrédulos… a los cubanos todos que niegan a los orishas mientras abren una botella de ron y le dan de tomar a los santos. En su peregrinación por Cuba, la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona del país, Ochún en la religión afrocubana, se cayó de su pedestal en Matanzas y se dañó. Aterrados, los cubanos murmuran: Ahora sí se jodió esto, la Virgen nos está alertando. Va a pasar algo muy grande.
En 1994, Yemayá apareció en medio del mar. Los acontecimientos de esos días estuvieron relacionados con el líquido elemento y todo terminó en una crisis de balseros. Yemayá lo avisó. Ahora, en el 2011, Ochún se cae. Está hablando.
Aché para todos porque nos espera lo inclasificable.

sábado, 6 de agosto de 2011

VAMOS A CHOTEAR

Un ruso llega a la competencia deportiva, lanzamiento del martillo, le da las vueltas o impulsos necesarios y ……..allá va el martillo y se perdió de vista como si hubiera sido Superman el que lo lanzó. Los periodistas y fotógrafos salieron corriendo y gritando. Un periodista le pregunta al ruso: ¿"Qué entrenamiento usó para romper el récord? Ha impuesto ud una marca absoluta difícil de igualar en largos años" Y contesta el Ruso: "Y deja que agarre la hoz, tu verás a dónde a va ir a parar……".

Informe de la CIA…

Obama envía a un agente de la CIA a Cuba para que investigue la situación y le haga un informe.

Después de una visita clandestina el informante non-cubano rinde el siguiente parte:

“En Cuba no existe desempleo, pero nadie trabaja. Nadie trabaja, pero se cumplen todas las metas productivas. Se cumplen todas las metas productivas, pero no hay nada en las tiendas. No hay nada en las tiendas, pero la gente resuelve. La gente resuelve, pero no cesa de protestar. La gente no cesa de protestar, pero van a la Plaza y aplauden a Fidel. Aplauden a Fidel, pero piden a Dios que se lo lleve pronto. Conclusión: Ese país no hay quien lo entienda”.


¡Gracias a Dios!

Un guardia americano, de posta en la cerca de la Base de Guantánamo , comenta con el guardia cubano que está del otro lado:

—¡Gracias a Dios que solo me quedan 15 minutos para terminar mi turno!

—¡Gracias a Fidel que dentro de 15 minutos también termina la mía!

—Los tuyos no son valores imperecederos, ¿qué vas a decir cuando se muera Fidel?

—¡Gracias a Dios!

martes, 19 de julio de 2011

EL SILENCIO DE LA LLUVIA











La culpa es de la lluvia
el sonido del viento
mi cuerpo desnudo de esperas
la lluvia y yo
el viento y los deseos
una gota que cae en el asfalto
rocío multiplicado
llamarada que se estremece
la lluvia y los años dormidos
mi cuerpo
lluvia que se estremece en la espera
viento que asesina anhelos
no lo sabes
nunca lo has sabido
enllueve en mis dolores
sucumbe el viento en mi espera
soy yo la que no soy
entre la lluvia, el viento y tu silencio
búscame en la sequía
abandóname en el huracán
no importa
siempre tendré el silencio de los charcos
y la música del goteo

YAMILET GARCÍA ZAMORA
19 de julio de 2011

martes, 12 de julio de 2011

EL BISTÉC DE PALOMILLA

Mis amigos y yo decidimos ir ese día a un restaurante en pesos cubanos. Me habían dicho que en La Habana ya existía un pequeño grupo de lugares en los que se podía pagar en moneda nacional. Y el antiguo Club 21 era uno de ellos. Quisieron invitarme, tener conmigo un gesto de correspondencia, no obstante que sus salarios –y hablo de tres profesionales de la Literatura- no les permitía esos lujos. Pero yo estaba de visita, era noviembre de 2009 y nadie sabía cuándo iría de nuevo.
En el menú, una sorpresa: ¡bistéc de palomilla! Sólo había llegado Ángela, mis otros amigos todavía no se aparecían. Llena de terror, Ángela le preguntó al camarero si podía apartar cuatro bisteces, ante el temor que el suculento plato se acabara. La respuesta me dejó más anonadada que la petición: “No, no puedo, porque cuando se acaben los bisteces y le diga a la gente que ya no hay y, después, saque los de uds, me voy a buscar tremendo lío. Les sirvo ahora a uds. dos y después que sus amigos coman lo que haya o se esperan y si se acaban, mala suerte”.
Me ataqué de la risa. Ángela, estupefacta, me dijo: “No sé de qué te ríes”. ¿Cómo explicarle que en cualquier lugar del mundo, en un restaurant, es muy, pero que muy difícil, que se acabe un plato? ¿Cómo decirle que el “suculento” bistéc me era totalmente indiferente, porque lo como muy a menudo? ¿Sería pertinente hacerle ver el absurdo alimenticio de un país donde, si no llegas a la hora en que abren los establecimientos, se acaba la comida? ¿Para qué entrar en discusiones, ante su manifiesta angustia por la posible ausencia del bistéc? Me encogí de hombros y entre risa y risa, le dije: “Me tengo que reír porque yo mañana regreso a México”. Entendió perfectamente lo que encerraba esa frase y no insistió, pero siguió acongojada ante la impuntualidad de los amigos y la muy cercana posibilidad de no comer bistéc.
Salimos como a las tres de la tarde. A esa hora, ni sombra del codiciado manjar pero, por suerte, el resto del grupo había llegado a tiempo –casi casi tuvimos que correr detrás del camarero y arrancarle de las manos unos escuálidos y resecos trozos de carne. Pero en la esquina, en un restaurante en CUC, las mesas estaban rebosantes de palomillas y todos sus primos y hermanos.

viernes, 1 de julio de 2011

EL TÁBANO, ¿LIBRO OLVIDADO?


Entre las lecturas de mi casi niñez- debía yo tener unos trece años la primera vez que lo leí- se encontraba El Tábano, obra de Ethel L. Voynich (1864-1960). Llena de un romanticismo revolucionario muy difícil de encontrar en la literatura europea del siglo XIX –ya los héroes románticos latinoamericanos se encargarían de asumir todos los ideales libertarios en un continente que luchaba por su emancipación-, la historia apasionante –y apasionada- aventurera, anticlerical y trágica del joven Arturo llevará al lector de la mano por los senderos oscuros de la venganza y el dolor del amor no correspondido. Arturo será traicionado por sus amigos, su confesor, el cura que siempre admiró –y que, paradójicamente, es su padre prohibido- y en su pecho anidará un odio sin panaceas hacia la Iglesia y la religión. De católico ferviente, su alma transitará por el infierno del odio para transformarse en el ateo radical que no perdonará las flaquezas humanas a una Humanidad que lo condenó al odio, el cinismo y el sarcasmo.
El Tábano es un hombre que ha perdido la confianza en el prójimo y se esconde tras una supuesta máscara de frialdad que oculta su gran amor: el cardenal Martinelli, su padre biológico. Esta dicotomía amor-odio lo hace padecer más que sus propios dolores físicos. Convertido por los hombres en un adefesio, marcado por las burlas y los golpes, Arturo lucha de forma casi paranoica por el único ideal que le queda en su vida: el amor a la patria ocupada por el extranjero. Como antaño Edmundo Dantés, Aturo quiere venganza. Y la busca, tratando de destruir al impecable, casi santo Martinelli. “ Creía en usted, como creía en Dios. Dios es una cosa hecha de barro que yo puedo deshacer con un martillo; y usted me ha engañado con una mentira”
Arturo no puede perdonar porque su odio es más fuerte que cualquier sentimiento de condescendencia. Y como todo héroe romántico, deberá morir. Pero el sacrifico lo decidirá su propio padre, que lo llevará al pelotón de fusilamiento como antes lo llevó a una fuga suicida.
No es esta una novela que suele nombrarse en los círculos universitarios. No es considerada un clásico de la literatura. Para muchos, el nombre de la autora irlandesa es totalmente desconocido. ¿Cuál podría ser, entonces, su gran logro? ¿Por qué dedico estas páginas a una obra menor?
El estilo de El Tábano es sencillo: historial lineal, descripciones plagadas de imágenes románticas clásicas, diálogos extensos y detallados. No hay originalidad estética. El Tábano es una especie de Conde de Montecristo, sólo que muy romántico y revolucionario y sin la suerte del primero. Su vida está marcada por la venganza, a tal punto que en ocasiones opaca su labor revolucionaria. La novela cabalga entre el romanticismo más genuino, con vestigios de naturalismo y pinceladas de lo que se llamó Realismo Socialista –ya para esas fechas Máximo Gorki había escrito muchas de sus obras. Es, evidentemente, un texto de transición entre dos siglos, donde se fusionan varios períodos literarios. Profanamente anticlerical y radicalmente apasionada, El Tábano nos puede despertar pavor, lástima, admiración, horror, condescendencia: mezcla de sentimientos sobre la crueldad humana, los ideales que se desmoronan –el creyente que es burlado por su propia religión- o los que nacen con fuerza en el duro bregar –el ansia de independencia. Porque ese hombre sin juventud, sin amor, perseguido por los fantasmas de sus penares, es también un hombre del siglo XXI. A la niña de 13 años, el Tábano le parecía un héroe de leyenda que moría por sus ideales. A la mujer de hoy, 32 años después, el Tábano le despierta una conmiseración sin límites.
“Padre, ¡este Dios suyo es un impostor; sus heridas son falsas heridas, su dolor es una farsa!... ¡Si pudiera, por lo menos, saber lo que ha sido mi vida! ¡Y no obstante, no me he muerto! Lo he resistido todo, y he llenado mi alma de paciencia, porque yo volvería y lucharía con ese Dios suyo. He mantenido este propósito como una coraza junto a mi corazón y eso me ha salvado de la locura y de la segunda muerte. Y ahora, cuando vuelvo, lo encuentro todavía en mi lugar… ¡esa flasa víctima que fue crucificada durante seis horas, ciertamente, y se levantó de nuevo entre los muertos! Padre, he sido crucificado durante cinco años, y también he surgido entre los muertos. ¿Qué va usted a hacer conmigo?"

jueves, 16 de junio de 2011

LAS LENGUAS PROHIBIDAS. SEGUNDA PARTE

Más aún, la propia Constitución cubana de 1976, reformada en 1992 y 2002, contiene aspectos liberales: ahí se defienden principios como el gobierno representativo, la división de poderes, la libertad de cultos, el derecho a la libre expresión, siempre y cuando sea dentro de las instituciones del Estado y nunca en contra del sistema socialista. Sin embargo, el eje del vasto e ineludible legado del pensamiento liberal, que es la representación política, está ahí. Como estaba en Marx, quien, en el retrato reciente de Francis Wheen, fue durante toda su vida un crítico y un opositor del absolutismo estatal y de todo tipo de censura o trabas a la libertad de movimiento y asociación. Ese Marx liberal forma parte de las lenguas prohibidas en Cuba.

La crítica del Estado
Cuando la Constitución cubana establece que las libertades públicas no pueden ser ejercidas contra el Estado está colocando a éste, el Estado, y no a la ciudadanía, como centro de la subjetivación política en Cuba. Cualquier reflexión teórica sobre el socialismo cubano y sus posibilidades de transformarse en una democracia soberana y equitativa tiene, por tanto, que colocar al Estado en el centro de sus interrogaciones críticas. Observado a la luz de esa entidad que, como decía Marx, es la más abstracta de las realidades, el socialismo cubano podría ser definido, no como una modalidad anticapitalista, sino como un tipo específico de capitalismo.
La ecuación capitalismo y Estado es un fenómeno nuevo, que, con diferentes aplicaciones, tiene lugar en China y Cuba, y frente al cual concurren las críticas del liberalismo y el marxismo. Walter Benjamin o Isaiah Berlin describirían el socialismo cubano actual como una variante del capitalismo, en la cual el Estado, sin dejar de controlar la mayor parte de la economía nacional, comienza a funcionar como una empresa, ya que sus ingresos provienen, fundamentalmente, del capitalismo global: las remesas que envía la comunidad emigrada, las inversiones de capital foráneo y dos modalidades de servicio, el turismo y los médicos y maestros “internacionalistas”, que también reportan ganancias provenientes de vecinas economías de mercado.
Un Estado como el cubano sería tan cuestionable desde el neomarxismo de Alain Badiou o Slavoj Zizek como desde el liberalismo de John Rawls o Giovanni Sartori. Un Estado así, cuya ideología oficial se aferra al concepto burgués de nación y cuya política económica y social ofrece tan pocas posibilidades de subjetivación autónoma para la ciudadanía, es la negación mutua de los legados marxista y liberal. De producirse una apertura de la esfera pública, en la isla, donde puedan circular todas las lenguas políticas contemporáneas, no sería extraño que más de un marxista y más de un liberal se pongan de acuerdo en la reforma de ese Estado.
Cuando un poder limita la circulación pública de ciertas lenguas busca obstruir el proceso por el cual las ideologías se socializan y transforman en políticas concretas. Al identificar con “capitalismo”, “neoliberalismo”, “derecha”, “reacción”, “conservadurismo”, “imperio” o “contrarrevolución” –término “confuso” del lenguaje bolchevique, como decía Benjamin- toda alternativa de conducción política o económica, diferente a la del actual gobierno cubano, aun aquellas ubicadas en la izquierda neomarxista, el socialismo democrático o la socialdemocracia, el régimen opera con una lógica rígidamente binaria.
Si las posibilidades se reducen a Washington o la Habana, el imperio o Cuba, capitalismo o socialismo, es más cómodo porque no es necesario definir de un modo sofisticado el socialismo ni admitir el grado de capitalización que acepta el Estado cubano. Quienes sin dejar de asumirse como socialistas, defienden cierto margen de privatización o una extensión de derechos civiles y políticos quedan, entonces, catalogados como “neoliberales”, “neoanexionistas” o “neocoloniales”. Así, el debate se simplifica y se criminaliza la construcción de prácticas políticas autónomas desde la impunidad del discurso hegemónico.
La respuesta más socorrida del gobierno cubano a sus críticos es que estos no son tales, que quien es crítico –del imperialismo, la globalización, el neoliberalismo…- es él y que sus críticos son oficialistas del “imperio”, el “capital” y la “CIA”. Al establecer una equivalencia entre esos contrarios –Cuba y el imperio- se sugiere que, para defenderse, Cuba debe prohibir la circulación de las lenguas imperiales en la isla, de la misma manera que el imperio prohíbe las lenguas cubanas en el mundo. Cuba queda entonces definida como un microcosmos socialista que reproduce, asimétricamente, las funciones simbólicas del campo socialista durante la Guerra Fría.
La brutal disolución de matices que genera esa antinomia impide comprender, por ejemplo, el fenómeno de la intensa rearticulación teórica del neomarxismo en los últimos veinte años o la emergencia de una oposición de izquierda al socialismo cubano, dentro y fuera de la isla. La profusión de discursos afines o partidarios del gobierno cubano en el mundo –desde la academia norteamericana hasta las izquierdas latinoamericanas, pasando por importantes sectores de la opinión pública europea- es la mejor refutación de la supuesta prohibición de lenguas cubanas en el imperio –este último entendido a la manera de Hardt y Negri, no de Hart o Prieto.
La simetría entre esas entidades –Cuba y el imperio- es, por tanto, insostenible desde un punto de vista neomarxista, ya que imperio es un concepto que no puede constreñirse a un gobierno con el cual se sostiene un diferendo diplomático de medio siglo. La funcionalidad de esa construcción es meramente retórica, toda vez que refuerza la idea de que las limitaciones a derechos civiles y políticos en la isla responden a un mecanismo defensivo. Los obstáculos a la circulación de lenguas públicas en Cuba no están determinados por el imperativo de la defensa sino del control. Es otro concepto de soberanía, no el que se asocia a la autodeterminación del Estado, el que está amenazado. No es la soberanía de la nación sino la del poder la que está en juego: su capacidad, como diría Agamben, para hacer del estado de emergencia una norma perpetua.
Es interesante observar en los debates con intelectuales oficiales que estos últimos no aceptan esa definición y tampoco reconocen la identidad opositora de sus adversarios. El oficialismo, como decíamos, presenta a la oposición como oficialista de otro poder –“Washington”, el “imperio”, la “mafia anticubana y terrorista de Miami”- y, al mismo tiempo, se presenta a sí mismo, no como partidario de un gobierno concreto sino como defensor de un proceso histórico, en el que se funden gobierno y pueblo, llamado “Revolución” o “Socialismo”. Estos conceptos y su antinomia –“contrarrevolución”- funcionan en el discurso oficial como abstracciones que permiten desdibujar las identidades gubernamentales y opositoras de los actores.
Es cierto que, en esos debates, los opositores pierden de vista, con frecuencia, que la intelectualidad autodenominada socialista no es homogénea y tiene distintos niveles de relación con los aparatos ideológicos y represivos del Estado. Pero tampoco es menos cierto que las reacciones oficiales contra intelectuales críticos u opositores parten de la definición de estos como sujetos antinacionales y subordinados a una entidad ficticia, toda vez que el exilio es, también, una comunidad sumamente diversa, que carece de gobierno. Las políticas profesionales y partidistas del exilio, que tienen que ver, sobre todo, con viejas agrupaciones anticomunistas y con la nueva clase política cubanoamericana, poseen muy débiles relaciones con los sectores académicos e intelectuales de la diáspora. El contacto de estos últimos con instituciones del gobierno de Estados Unidos o de cualquier gobierno de Europa o América Latina es más tenue, por ejemplo, que el que sostienen las asociaciones del lobby antiembargo en Estados Unidos, casi todas acríticamente partidarias del gobierno cubano.
La existencia de muchos intelectuales y académicos cubanos, fuera de la isla, críticos del embargo y favorables a una normalización de relaciones entre Estados Unidos y Cuba es la mejor muestra de que los exiliados no son una comunidad subordinada a Washington. La lógica binaria del discurso oficial se deshace ante los altos índices de exiliados cubanos que desean un cambio en la política de Estados Unidos hacia Cuba y, a la vez, un cambio del régimen actual y su transición hacia una democracia soberana y equitativa. Con frecuencia, las encuestas elaboradas en Miami no reflejan este último aspecto y tampoco toman en cuenta a exiliados de otras latitudes, como Europa y América Latina. De hacerse un ejercicio de esa naturaleza, tal vez podría constatarse que la mayoría de los cubanos, fuera de la isla, desea un cambio político, aunque permanezca dividida sobre la mejor manera de promoverlo.
Las caricaturas y estereotipos sobre el exilio, construidas por el discurso oficial, responden a la necesidad de un enemigo público para la subsistencia del régimen. Dado que la Revolución se presenta como una entidad eterna o imperecedera, ese enemigo debe poseer las tres dimensiones temporales: pasado, presente y futuro. Es frecuente, por ejemplo, que el discurso oficial cancele la posibilidad de un futuro socialdemócrata, democristiano o liberal para Cuba con la idea de que la isla ya experimentó todas esas ideologías en el pasado.
Es cierto que antes de 1959 circularon, en Cuba, ideas liberales, socialdemócratas y democristianas, pero esas ideologías políticas se han desarrollado mucho más en el último medio siglo que en la primera mitad del XX, cuando la polarización entre fascismo y comunismo limitó el espectro ideológico occidental. La idea de que la adopción del “marxismo-leninismo martiano” es resultado de la experiencia fallida de todas las ideologías modernas, en Cuba, es un montaje del discurso oficial que parte del presupuesto ahistórico de que el desarrollo de esas ideologías no dio más de sí y se agotó entre 1902 y 1959. Reconocer la diversidad ideológica del pasado es preferible a la homogeneización doctrinal que se practicó en las primeras décadas revolucionarias, pero tal reconocimiento seguirá siendo cuestionable mientras no se transfiera, también, al presente y el futuro de la isla.
Cualquier dispositivo simbólico de captura de las soberanías políticas y sociabilidades ideológicas, en el pasado, el presente y el futuro de Cuba, es criticable. En el caso cubano, ese cuestionamiento del discurso hegemónico pasa por una crítica del Estado, que es la entidad limitadora de todas las soberanías y sociabilidades posibles. Desde el neomarxismo, es frecuente el argumento de que la crítica no debe ser a un Estado sino a todos los Estados, a un capitalismo sino a todos los capitalismos. Pero las condiciones históricas de la Cuba actual demandan una proyección concreta de los horizontes teóricos. En la isla, a diferencia de la mayoría de los países latinoamericanos que experimentaron el ajuste neoliberal de los 90, sobra Estado y falta Mercado. La crítica del Estado, en Cuba, es, de hecho, una necesidad del propio cuestionamiento de los mecanismos de capitalización económica propios de un orden totalitario.
La crítica del Estado es, por otra parte, la única posibilidad de abrir los futuros de Cuba a la elección racional de sus ciudadanos. La heterogeneidad cultural de la comunidad cubana, dentro y fuera de la isla, demanda una reconstrucción profunda de las instituciones políticas del país que conduzca al diseño de un sistema más representativo. Pero para que esa reconstrucción se produzca es necesario que los futuros de Cuba comiencen a ser entendidos como modelos simultáneos y no como opciones excluyentes. No existen uno o dos, sino muchos futuros cubanos: tantos como ideologías y políticas producen, día a día, los ciudadanos de la isla y el exilio. Esos futuros demandan el reconocimiento de sus legitimidades como premisa de un nuevo contrato social.
La democracia no debería ser vista como una nueva meta en la historia de Cuba que, al igual que la Revolución hace medio siglo, virará al revés el mundo cubano. La democracia, si quiere ser justa y perdurable, debería intentarse como el punto de partida de ese nuevo contrato social. Un pacto democrático que garantice la libre circulación de todos los discursos y todas las prácticas, en la isla, podría ser la antesala de un proceso de construcción republicana, caracterizado por la inclusión y el pluralismo. El libre tránsito de esas lenguas y esas hablas hará visibles a los sujetos que las articulan y permitirá el reconocimiento de las diversas políticas que constituyen la ciudadanía. A partir de entonces, tal vez pueda desterrarse la dañina costumbre de que unos cubanos excluyan y repriman a otros bajo el infamante cargo de “anticubanía.

TOMADO DE: http://www.otrolunes.com/hemeroteca-ol/numero-11/html/este-lunes/este-lunes-n11-a01-p01-2010.html

miércoles, 8 de junio de 2011

LAS LENGUAS PROHIBIDAS. PRIMERA PARTE




Hoy les brindo un excelente texto del escritor cubano radicado en México Rafael Rojas. Debido a la extensión del mismo, lo publicaré en dos partes. Agradezco a Otro Lunes y a su director,mi querido amigo Amir Valle, la posibilidad de leer escritos de esta calidad.








Las lenguas prohibidas.
Por: Rafael Rojas
La anécdota ha sido contada por Pablo de la Torriente Brau y Raúl Roa: es diciembre de 1925, en la Habana, y el líder comunista Julio Antonio Mella, encarcelado, hace una huelga de hambre. Otro joven comunista, el poeta Rubén Martínez Villena, que por entonces trabaja en el bufete de Fernando Ortiz, pide audiencia al Secretario de Justicia Jesús María Barraqué. Mientras Martínez Villena exige al funcionario la liberación de Mella, el dictador Gerardo Machado entra a la oficina. Cuando el gobernante afirma que Mella está preso “por comunista”, Martínez Villena replica que ser comunista no es insulto y pregunta a Machado qué entiende por comunismo. Entonces el dictador responde: “yo no sé qué es un comunista, un anarquista o un socialista, sólo sé que todos esos son malos patriotas, malos cubanos”.
El momento en que un régimen califica como sujeto antinacional a un opositor pacífico es distintivo de todo autoritarismo. En Cuba, durante las dictaduras de Gerardo Machado (1929-1933) y Fulgencio Batista (1952-1958), se reprimió a opositores bajo el cargo de “anticubanía”. En el último medio siglo, ese acto reflejo de todo régimen autoritario se ha naturalizado con una diferencia sustancial. Bajo un orden totalitario, como el surgido de la Revolución de 1959, los gobernantes no desconocen la ideología de los opositores. Machado y Batista podían ignorar qué era el comunismo porque sus gobiernos no respondían a una ideología de Estado. En cambio, Fidel y Raúl Castro, por ser los jefes de un Estado que de jure y facto afirma seguir la ideología “marxista-leninista” y “martiana”, parten de un saber sobre todas las ideologías, que les permite elegir una.
La diferencia entre los doctrinarios de un autoritarismo y los ideólogos de un totalitarismo reside en que a los primeros puede atribuirse, en el sentido que le ha dado Slavoj Zizek, el porque no saben lo que hacen. Los líderes de un totalitarismo, en cambio, sí saben lo que hacen porque poseen o aparentan poseer un conocimiento sobre los lenguajes políticos que circulan en el mundo. El epíteto de “asno con garras” que Martínez Villena confirió a Machado tenía que ver más con la ignorancia del burro que con las garras de la fiera, ya que estas últimas eran atributo de todas las dictaduras. Lo que distinguía a Machado entre otros dictadores, según Martínez Villena, era su desconocimiento de las ideas políticas del siglo XX.
El momento en que el gobierno revolucionario cubano decide adoptar una ideología concreta, entre las muchas que circulaban en Occidente hacia 1960, describe la fundación del orden totalitario. Es conocida la idea de Jean Paul Sartre, a principios de ese año, de que la Revolución Cubana era como un huracán sin ideología, que se reinventaba con cada golpe de viento. La historia del último medio siglo contrarió aquella impresión de Sartre, que todavía hoy reclaman muchos defensores no ortodoxos del gobierno de Fidel y Raúl Castro. La posesión de una ideología por el Estado cubano no sólo es constatable en su política educativa, cultural y mediática sino en su permanente definición y rechazo de ideas “enemigas”.

Lenguas y hablas
La construcción del Estado nacional en Cuba, en la segunda mitad del siglo XX, siguió modalidades únicas dentro del hemisferio occidental, que se reflejan en el proceso lingüístico de la política. Por ser Cuba un país “socialista”, regido por una ideología de Estado –el “marxismo-leninismo” entre 1961 y 1992 y el “marxismo-martiano”, desde entonces y hasta la fecha- que subordina a la esfera pública, los medios de comunicación, la educación y la cultura, no todos los lenguajes políticos que circulan en Occidente tienen allí las mismas condiciones para su reproducción.
Los lenguajes políticos contemporáneos están relacionados con tradiciones liberales, republicanas, cristianas, conservadoras, socialdemócratas o comunistas, de fácil identificación en los espectros ideológicos de cualquier nación occidental. Cuba, un país que durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX conoció esas mismas tradiciones, a partir de 1959 comenzó a sufrir una fuerte limitación de los discursos públicos. Desde ese año, la tradición liberal, prácticamente, se interrumpió en la isla y la católica debió sobrevivir bajo el control y, a veces, la persecución o el cuestionamiento del Estado.
Entre 1961 y 1992, el espectro ideológico de la isla se redujo a dos variantes del marxismo, una de estirpe soviética y otra articulada en torno a fuentes clásicas y a algunas referencias de la izquierda europea –el debate sobre los manuales entre Lionel Soto y Aurelio Alonso o una revisión de los proyectos editoriales de las revistas Pensamiento Crítico y Cuba socialista, serían suficientes para identificar ambas- y a un nacionalismo revolucionario, que se avenía mejor con el marxismo occidental que con el soviético, y que se centraba en los aspectos justicieros y soberanistas de algunas figuras de la izquierda no comunista de la isla (Martí, Guiteras, Roa, Chibás…), despojándolas, previamente, de los elementos liberales, republicanos y democráticos que poseían.
A partir de 1992, con la descomposición del campo socialista, se produjo un debilitamiento involuntario de la ideología de Estado en Cuba. Uno de los efectos más curiosos, y menos estudiados, de ese proceso fue la desconexión entre las ideologías y las políticas o entre los discursos y las prácticas públicas. Por este proceso, que ha sido más favorable para los primeros que para los segundos, las políticas han sido sometidas a mayores controles policíacos, mientras que las ideologías se han liberado relativamente de las demandas de legitimación del Estado. En la Cuba de hoy, cierta diversidad ideológica es tolerable, pero toda pluralidad política sigue siendo punible.
En las dos últimas décadas postsoviéticas, por ejemplo, ha crecido notablemente la circulación de discursos cristianos y católicos, que se suma al relanzamiento experimentado por las plataformas doctrinales del nacionalismo revolucionario y algunas versiones tímidas del neomarxismo. También han ganado zonas importantes de la esfera pública, sobre todo en el medio intelectual, discursos representativos de subjetividades subalternas, como las raciales, sexuales, genéricas y religiosas. Pero el multiculturalismo es más admitido, en Cuba, como discurso que como práctica pública de las diferencias.
Junto a esta progresión de lenguajes diversos es notable el reforzamiento de los controles sobre la circulación de ideas que asuman explícitamente su inscripción en el legado liberal, republicano y democrático de Occidente. Es más fácil que en Cuba, hoy, se autorice la edición de una antología de Jorge Mañach o Gastón Baquero a que se permita la publicación de un artículo, en cualquier revista, que defienda, abiertamente, la pertenencia de un anticomunista, como cualquiera de ellos dos, a la cultura nacional. El poder entiende lo primero como circulación pública de ideologías, pero lo segundo como una intervención política concreta.
La mayor circulación de los discursos públicos, a que hemos hecho referencia, tiene un carácter selectivo que debe someterse a crítica. Hoy en Cuba, por ejemplo, tienen mayor visibilidad los lenguajes católicos, conservadores, homofóbicos, racistas antiaborto y profamilia tradicional de una parte del clero que los lenguajes laicos, secularizadores, agnósticos y modernizadores de la tradición liberal y republicana. Esta paradoja tiene dos orígenes: uno intelectual, relacionado con las conexiones entre catolicismo y nacionalismo en la historia de Cuba, y otro político: el racional entendimiento que pueden alcanzar dos instituciones “compactas” –como le gusta decir a Raúl Castro- como son la Iglesia y el Partido.
Los márgenes de tolerancia de las lenguas públicas están relacionados con la forma de circulación que adoptan las mismas. Si la lengua del mercado circula como práctica cultural –por ejemplo, andar en autos de último modelo, vestir a la moda, comer en los mejores restaurantes, hospedarse en hoteles, viajar a Varadero, ver canales de la televisión norteamericana- no genera mayores reacciones desde el poder. Pero si la lengua del mercado se convierte en discurso por medio de un artículo en una revista especializada de ciencias sociales, una declaración de algún político o intelectual a medios extranjeros o, incluso, una discusión verbal con algún dirigente del Partido Comunista, entonces la prohibición se manifiesta con toda su fuerza.
El multiculturalismo y el liberalismo que, como ha probado Wil Kymlicka, no son necesariamente modelos contrapuestos, tienen dificultades muy distintas para su difusión en Cuba. En Cuba el multiculturalismo está bien como discurso –el concepto de diversidad, por ejemplo, se reproduce en la mayoría de las publicaciones intelectuales de la isla- pero no como práctica. Esto último es notable, por ejemplo, en el tema de los derechos civiles y políticos de la comunidad gay. Como ha señalado recientemente la profesora de la Universidad de Columbia, Frances Negrón, el CENESEX, dirigido por Mariela Castro, tiene un discurso inclusivo de la homosexualidad, pero rechaza que los homosexuales tengan sus propias políticas, independientes del Estado.
A diferencia del multiculturalismo, el liberalismo está bien como práctica, sobre todo por parte de aquellos actores sociales con acceso a moneda convertible, pero no como discurso. Las trabas para la circulación del lenguaje liberal están relacionadas con la falsa identidad entre liberalismo y capitalismo que establecieron las izquierdas comunistas del siglo XX. Es cierto que una importante tradición, sobre todo de la economía política británica (Smith, Ricardo, Bentham, Mill), que conoció, admiró y criticó Marx, colocó el mercado en el centro de las relaciones sociales modernas. Pero la gran tradición del liberalismo político, que va de John Locke a John Stuart Mill, o de Montesquieu a Constant, produjo una visión diferente y, por momentos, crítica del mercado, que Marx tampoco desconoció.
Lo importante para esa tradición era el gobierno representativo, la división de poderes, la ruptura con los principios absolutistas y dinásticos de las monarquías del antiguo régimen, el orden constitucional, la libertad de culto y la libertad de imprenta. Muchos liberales de la primera mitad del siglo XIX, como han estudiado J. G. A. Pocock y Quentin Skinner eran, de hecho, críticos del capitalismo desde una ideología republicana y cívica que contraponía la virtud al comercio. El rechazo, por tanto, del socialismo cubano a la ideología liberal carga con el prejuicio estalinista, ausente ya de la mayoría de las izquierdas del mundo, de negar, junto con el capitalismo, los elementos constitutivos de cualquier democracia liberal.
Ese rechazo al liberalismo no sólo se aplica, como sabemos, al presente sino también al pasado, por medio de la desnacionalización de sujetos intelectuales y actores políticos. En un número de La Jiribilla, la principal publicación electrónica del Ministerio de Cultura, por ejemplo, el entonces presidente del Instituto Cubano del Libro, Iroel Sánchez, escribió, a propósito de la biografía de Antonio Guiteras escrita por Paco Ignacio Taibo II, que la “única historia que valía la pena hacer era la de los revolucionarios, ya que la de los reaccionarios la hacían los historiadores reaccionarios”. De más está decir que en esos términos, el liberalismo, como la socialdemocracia, la democracia cristiana o cualquier modalidad del socialismo democrático, quedan comprendidos dentro de las ideologías reaccionarias, a pesar de que la mayoría de los revolucionarios cubanos, desde José Martí hasta Fidel Castro, pasando por el propio Antonio Guiteras o Raúl Roa, tuvo elementos liberales en su pensamiento.

TOMADO DE: http://www.otrolunes.com/hemeroteca-ol/numero-11/html/este-lunes/este-lunes-n11-a01-p01-2010.html

martes, 31 de mayo de 2011

JAQUE A LA LITERATURA


AMPHITRYON, DE IGNACIO PADILLA

POR LEONARDO TARIFEÑO


Ignacio Padilla, Amphitryon, Espasa Calpe, Madrid, 2000, 217 pp.

Una de las grandes imposturas de la industria del libro consiste en hacer creer que todos los premios literarios tienen algo que ver con el arte. El engaño sirve para vender varios miles de ejemplares, crear lectores, renovar las orientaciones del mercado y hacer un buen negocio con las traducciones; todo esto suena más o menos lícito, y si esa estrategia de legitimación comercial se vuelve definitivamente escandalosa es porque una y otra vez acaba por disfrazarse de mandamiento estético. Este perverso mecanismo editorial no aplica siempre y hay muchísimos galardones valiosos y muy honorables (la lista abarca todas las lenguas y va del Whiting Foundation Award y el Herralde al Akutagawa o el Booker), pero es evidente que darle licencia de talento a alguien que gana uno o varios premios es tan ridículo e ingenuo como pensar que el brillo de un cineasta se mide por sus candidaturas al Oscar de Hollywood.
Amphitryon, la novela con la que Ignacio Padilla acaba de ganar el premio Primavera, no es ajena a esta mascarada: de hecho, su pulso vibra en el embuste que tematiza y llega a protagonizar. Su falta de identidad y ausencia de estilo son tan abrumadoras que hasta los jurados españoles llegaron a creer que "se trataba de una nueva obra de su compatriota el escritor Jorge Volpi" (El País, 10 de marzo). Por otro lado, si al texto no se lo ve como un bestseller liso y llano y se le conceden propiedades literarias —atributos que en un sentido estricto se le niegan fácilmente a otros parientes suyos mucho más logrados, como Los niños del Brasil de Ira Levin— no es tanto por sus rasgos intrínsecos como por circunstancias exteriores al libro, esto es, el marco de lectura que impone el Primavera, las declaraciones públicas en donde el autor dialoga críticamente con la herencia del boom latinoamericano o la autoridad de las medallas acumuladas por el propio Padilla, entre las que se cuentan el Alfonso Reyes, el Juan Rulfo a la Primera Novela y el Juan de la Cabada. En ese contexto favorable a la impostura, Amphitryon combina una anécdota de thriller con la pretensión literaturizante de una prosa plana y hueca, tan prolija como fría y escasa de recursos. Del otro lado de esa lengua neutra, una cadena de cambios de identidades susurra la posibilidad de que Adolf Eichmann, el hombre en el que Hitler confió la aniquilación de los judíos, jamás haya sido detenido y condenado. Las suplantaciones se producen a través de unas partidas de ajedrez en las que nadie gana y todos pierden, especialmente los que ganan. De camino al frente de la Primera Guerra Mundial, Thadeus Dreyer acepta el desafío del tablero y así consigue adoptar la suerte y el nombre de Viktor Kretzschmar, guardagujas; en unos años se vuelve loco y organiza un choque ferroviario dirigido a asesinar a ese Dreyer, el falso, devenido héroe militar y nazi en ascenso. Kretzschmar, sin embargo, ignora que aquel Dreyer ("ese tipo de hombres que están condenados a parecerse sólo a ellos mismos hasta la muerte") es un nuevo Dreyer, otro farsante y campeón de ajedrez cuya muerte intentará develar el secreto del verdadero Eichmann. El final da por sentado que la hipótesis del libro es más que una hipótesis a través de un colofón firmado por Padilla, o el personaje "Padilla", en un último truco donde la ficción busca materializarse como la
impostora definitiva, aliada y cómplice de una realidad siempre inaccesible.
Novela efectista y olvidable, cuyo mayor mérito es el monocorde oficio del autor, Amphitryon naufraga especialmente a partir de los agujeros de su trama (Kretzschmar espera que Dreyer desaparezca en el campo de batalla, algo que no debería ocurrir porque ya habían pactado que se matara a bordo de un tren; luego abre cartas de su familia, dirigidas a un nombre que ha perdido, sin que se explique cómo le llegan y por qué puede abrirlas...) y la desesperante inverosimilitud de una prosa capaz de hacer que todos los personajes se expresen con idéntico manierismo, a pesar de corresponder a paisajes, orígenes y tiempos muy diferentes. Para colmo, lo cierto es que el texto luce desapasionado porque aquí no hay un escritor dispuesto a apostarle a alguna convicción (temática, ideológica, estilística, filosófica); de ahí que Amphitryon se encomiende a la exactitud de una intriga policial que no sólo fracasa en cada uno de sus cabos sueltos, sino que se abandona a una conclusión seductora —Amphitryon es y no es una ficción, Eichmann no era Eichmann— pero peregrina y torpe si se la juzga a partir del raído hilo deductivo que construye la novela.
De inquietantes similitudes con La variante Lüneburg del italiano Paolo Maurensig, Amphitryon es más una ficción acerca del ajedrez que sobre los nazis, y ninguno de estos temas le obsesionan tanto como la impostura que ciertamente encarna —aunque no en la alegre dirección prevista por el personaje "Padilla". Seducida por el vértigo que ansía, apenas si vale como trama y se asfixia en su propio vacío especulativo, sin apelar a la reflexión dura y arriesgada que muerde las nerviosas páginas de la novela de Maurensig. En el mejor de los casos, este libro aspira a colocarse dentro de una todavía incipiente tradición latinoamericana de "bestsellers de calidad", que por ahora va de En busca de Klingsor de Jorge Volpi a El anatomista del argentino Federico Andahazi. Ese es, de hecho, el horizonte que el premio Primavera tiene reservado para el texto, un magistral jaque mate a la literatura que se maquilla con la falsa (¿y autorreferente?) trascendencia de "un orden mítico y moralmente correcto que, no obstante, lleva en sus orígenes la simiente de su propia ruina, la señal inaplazable del caos al que estamos condenados".

TOMADO DE: http://www.letraslibres.com/index.php?art=6378