QUE EL ÁNGEL DE LA JIRIBILLA LOS ACOMPAÑE.

lunes, 26 de diciembre de 2011

LA HABANA

¿Y quién me puede quitar ese poder infinito, amor sin sicologías ni dobles deseos que siento por estas calles que me cobijan, entre sus derrumbes y sus lágrimas? Helena se detuvo un día ante el Rex y el Duplex y sólo un entendido pudo saber el porqué de su desesperación. Puedo visitar las capitales más hermosas del mundo y moverme hipnotizada por el Prado de Madrid, las Ramblas, la Quinta Ave o Broadway. Muda quedé en Corrientes y Caminitos. Apabullada ante el silencio cósmico de Lisboa y el encanto de Rio de Janeiro. Vivo en la Ciudad sin Límites, la hermosa Tenochtitlan, perenne y sangrienta como su propia historia. Pero una y otra vez mi corazón volará sobre el mar, hacia la ciudad de mi infancia, sueños y pesadillas. La Habana será, hoy y siempre. La que desangra mi corazón y nutre mis esperanzas.
Yo no quiero morir, ciudad, yo soy tu sombra,
yo soy quien vela el trazo de tu sueño,
quien conduce la luz hasta tus puertas,
quien vela tu dormir, quien te despierta;


Son ya tantos los que han anhelado verte desde el límite de la vida que te conviertes en un espejismo en medio del desierto. Pese a todo, La Habana continúa siendo nuestro más caro sentimiento de infelicidad y desasosiego.
Lo siento en mis neuronas, en mi linaje y en cada fracción de mi genética. Habanera de varias generaciones soy. La Habana es mi patria y mi suicidio.

Quisiera ser mañana entre tus calles
una sombra cualquiera, un objeto, una estrella,
navegarte la dura superficie dejando el mar,
dejarlo con su espejo de formas moribundas,
donde nada recuerda tu existencia,
y perderme hacia ti, ciudad amada,
quedándome en tus manos recogido,
eterno pez, ojos eternos,
sintiéndote pasar por mi mirada
y perderme algún día dándome en nube y llanto,
contemplando, ciudad, desde tu cielo único y humilde
tu sombra gigantesca laborando,
en sueño y en vigilia,
en otoño, en invierno,
en medio de la verde primavera,
en la extensión radiante del verano,
en la patria sonora de los frutos,
en las luces del sol, en las sombras viajeras por los muros,
laborando febril contra la muerte,
venciéndola, ciudad, renaciendo, ciudad, en cada instante,
en tus peces de oro, tus hijos, tus estrellas.


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