QUE EL ÁNGEL DE LA JIRIBILLA LOS ACOMPAÑE.

miércoles, 8 de junio de 2011

LAS LENGUAS PROHIBIDAS. PRIMERA PARTE




Hoy les brindo un excelente texto del escritor cubano radicado en México Rafael Rojas. Debido a la extensión del mismo, lo publicaré en dos partes. Agradezco a Otro Lunes y a su director,mi querido amigo Amir Valle, la posibilidad de leer escritos de esta calidad.








Las lenguas prohibidas.
Por: Rafael Rojas
La anécdota ha sido contada por Pablo de la Torriente Brau y Raúl Roa: es diciembre de 1925, en la Habana, y el líder comunista Julio Antonio Mella, encarcelado, hace una huelga de hambre. Otro joven comunista, el poeta Rubén Martínez Villena, que por entonces trabaja en el bufete de Fernando Ortiz, pide audiencia al Secretario de Justicia Jesús María Barraqué. Mientras Martínez Villena exige al funcionario la liberación de Mella, el dictador Gerardo Machado entra a la oficina. Cuando el gobernante afirma que Mella está preso “por comunista”, Martínez Villena replica que ser comunista no es insulto y pregunta a Machado qué entiende por comunismo. Entonces el dictador responde: “yo no sé qué es un comunista, un anarquista o un socialista, sólo sé que todos esos son malos patriotas, malos cubanos”.
El momento en que un régimen califica como sujeto antinacional a un opositor pacífico es distintivo de todo autoritarismo. En Cuba, durante las dictaduras de Gerardo Machado (1929-1933) y Fulgencio Batista (1952-1958), se reprimió a opositores bajo el cargo de “anticubanía”. En el último medio siglo, ese acto reflejo de todo régimen autoritario se ha naturalizado con una diferencia sustancial. Bajo un orden totalitario, como el surgido de la Revolución de 1959, los gobernantes no desconocen la ideología de los opositores. Machado y Batista podían ignorar qué era el comunismo porque sus gobiernos no respondían a una ideología de Estado. En cambio, Fidel y Raúl Castro, por ser los jefes de un Estado que de jure y facto afirma seguir la ideología “marxista-leninista” y “martiana”, parten de un saber sobre todas las ideologías, que les permite elegir una.
La diferencia entre los doctrinarios de un autoritarismo y los ideólogos de un totalitarismo reside en que a los primeros puede atribuirse, en el sentido que le ha dado Slavoj Zizek, el porque no saben lo que hacen. Los líderes de un totalitarismo, en cambio, sí saben lo que hacen porque poseen o aparentan poseer un conocimiento sobre los lenguajes políticos que circulan en el mundo. El epíteto de “asno con garras” que Martínez Villena confirió a Machado tenía que ver más con la ignorancia del burro que con las garras de la fiera, ya que estas últimas eran atributo de todas las dictaduras. Lo que distinguía a Machado entre otros dictadores, según Martínez Villena, era su desconocimiento de las ideas políticas del siglo XX.
El momento en que el gobierno revolucionario cubano decide adoptar una ideología concreta, entre las muchas que circulaban en Occidente hacia 1960, describe la fundación del orden totalitario. Es conocida la idea de Jean Paul Sartre, a principios de ese año, de que la Revolución Cubana era como un huracán sin ideología, que se reinventaba con cada golpe de viento. La historia del último medio siglo contrarió aquella impresión de Sartre, que todavía hoy reclaman muchos defensores no ortodoxos del gobierno de Fidel y Raúl Castro. La posesión de una ideología por el Estado cubano no sólo es constatable en su política educativa, cultural y mediática sino en su permanente definición y rechazo de ideas “enemigas”.

Lenguas y hablas
La construcción del Estado nacional en Cuba, en la segunda mitad del siglo XX, siguió modalidades únicas dentro del hemisferio occidental, que se reflejan en el proceso lingüístico de la política. Por ser Cuba un país “socialista”, regido por una ideología de Estado –el “marxismo-leninismo” entre 1961 y 1992 y el “marxismo-martiano”, desde entonces y hasta la fecha- que subordina a la esfera pública, los medios de comunicación, la educación y la cultura, no todos los lenguajes políticos que circulan en Occidente tienen allí las mismas condiciones para su reproducción.
Los lenguajes políticos contemporáneos están relacionados con tradiciones liberales, republicanas, cristianas, conservadoras, socialdemócratas o comunistas, de fácil identificación en los espectros ideológicos de cualquier nación occidental. Cuba, un país que durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX conoció esas mismas tradiciones, a partir de 1959 comenzó a sufrir una fuerte limitación de los discursos públicos. Desde ese año, la tradición liberal, prácticamente, se interrumpió en la isla y la católica debió sobrevivir bajo el control y, a veces, la persecución o el cuestionamiento del Estado.
Entre 1961 y 1992, el espectro ideológico de la isla se redujo a dos variantes del marxismo, una de estirpe soviética y otra articulada en torno a fuentes clásicas y a algunas referencias de la izquierda europea –el debate sobre los manuales entre Lionel Soto y Aurelio Alonso o una revisión de los proyectos editoriales de las revistas Pensamiento Crítico y Cuba socialista, serían suficientes para identificar ambas- y a un nacionalismo revolucionario, que se avenía mejor con el marxismo occidental que con el soviético, y que se centraba en los aspectos justicieros y soberanistas de algunas figuras de la izquierda no comunista de la isla (Martí, Guiteras, Roa, Chibás…), despojándolas, previamente, de los elementos liberales, republicanos y democráticos que poseían.
A partir de 1992, con la descomposición del campo socialista, se produjo un debilitamiento involuntario de la ideología de Estado en Cuba. Uno de los efectos más curiosos, y menos estudiados, de ese proceso fue la desconexión entre las ideologías y las políticas o entre los discursos y las prácticas públicas. Por este proceso, que ha sido más favorable para los primeros que para los segundos, las políticas han sido sometidas a mayores controles policíacos, mientras que las ideologías se han liberado relativamente de las demandas de legitimación del Estado. En la Cuba de hoy, cierta diversidad ideológica es tolerable, pero toda pluralidad política sigue siendo punible.
En las dos últimas décadas postsoviéticas, por ejemplo, ha crecido notablemente la circulación de discursos cristianos y católicos, que se suma al relanzamiento experimentado por las plataformas doctrinales del nacionalismo revolucionario y algunas versiones tímidas del neomarxismo. También han ganado zonas importantes de la esfera pública, sobre todo en el medio intelectual, discursos representativos de subjetividades subalternas, como las raciales, sexuales, genéricas y religiosas. Pero el multiculturalismo es más admitido, en Cuba, como discurso que como práctica pública de las diferencias.
Junto a esta progresión de lenguajes diversos es notable el reforzamiento de los controles sobre la circulación de ideas que asuman explícitamente su inscripción en el legado liberal, republicano y democrático de Occidente. Es más fácil que en Cuba, hoy, se autorice la edición de una antología de Jorge Mañach o Gastón Baquero a que se permita la publicación de un artículo, en cualquier revista, que defienda, abiertamente, la pertenencia de un anticomunista, como cualquiera de ellos dos, a la cultura nacional. El poder entiende lo primero como circulación pública de ideologías, pero lo segundo como una intervención política concreta.
La mayor circulación de los discursos públicos, a que hemos hecho referencia, tiene un carácter selectivo que debe someterse a crítica. Hoy en Cuba, por ejemplo, tienen mayor visibilidad los lenguajes católicos, conservadores, homofóbicos, racistas antiaborto y profamilia tradicional de una parte del clero que los lenguajes laicos, secularizadores, agnósticos y modernizadores de la tradición liberal y republicana. Esta paradoja tiene dos orígenes: uno intelectual, relacionado con las conexiones entre catolicismo y nacionalismo en la historia de Cuba, y otro político: el racional entendimiento que pueden alcanzar dos instituciones “compactas” –como le gusta decir a Raúl Castro- como son la Iglesia y el Partido.
Los márgenes de tolerancia de las lenguas públicas están relacionados con la forma de circulación que adoptan las mismas. Si la lengua del mercado circula como práctica cultural –por ejemplo, andar en autos de último modelo, vestir a la moda, comer en los mejores restaurantes, hospedarse en hoteles, viajar a Varadero, ver canales de la televisión norteamericana- no genera mayores reacciones desde el poder. Pero si la lengua del mercado se convierte en discurso por medio de un artículo en una revista especializada de ciencias sociales, una declaración de algún político o intelectual a medios extranjeros o, incluso, una discusión verbal con algún dirigente del Partido Comunista, entonces la prohibición se manifiesta con toda su fuerza.
El multiculturalismo y el liberalismo que, como ha probado Wil Kymlicka, no son necesariamente modelos contrapuestos, tienen dificultades muy distintas para su difusión en Cuba. En Cuba el multiculturalismo está bien como discurso –el concepto de diversidad, por ejemplo, se reproduce en la mayoría de las publicaciones intelectuales de la isla- pero no como práctica. Esto último es notable, por ejemplo, en el tema de los derechos civiles y políticos de la comunidad gay. Como ha señalado recientemente la profesora de la Universidad de Columbia, Frances Negrón, el CENESEX, dirigido por Mariela Castro, tiene un discurso inclusivo de la homosexualidad, pero rechaza que los homosexuales tengan sus propias políticas, independientes del Estado.
A diferencia del multiculturalismo, el liberalismo está bien como práctica, sobre todo por parte de aquellos actores sociales con acceso a moneda convertible, pero no como discurso. Las trabas para la circulación del lenguaje liberal están relacionadas con la falsa identidad entre liberalismo y capitalismo que establecieron las izquierdas comunistas del siglo XX. Es cierto que una importante tradición, sobre todo de la economía política británica (Smith, Ricardo, Bentham, Mill), que conoció, admiró y criticó Marx, colocó el mercado en el centro de las relaciones sociales modernas. Pero la gran tradición del liberalismo político, que va de John Locke a John Stuart Mill, o de Montesquieu a Constant, produjo una visión diferente y, por momentos, crítica del mercado, que Marx tampoco desconoció.
Lo importante para esa tradición era el gobierno representativo, la división de poderes, la ruptura con los principios absolutistas y dinásticos de las monarquías del antiguo régimen, el orden constitucional, la libertad de culto y la libertad de imprenta. Muchos liberales de la primera mitad del siglo XIX, como han estudiado J. G. A. Pocock y Quentin Skinner eran, de hecho, críticos del capitalismo desde una ideología republicana y cívica que contraponía la virtud al comercio. El rechazo, por tanto, del socialismo cubano a la ideología liberal carga con el prejuicio estalinista, ausente ya de la mayoría de las izquierdas del mundo, de negar, junto con el capitalismo, los elementos constitutivos de cualquier democracia liberal.
Ese rechazo al liberalismo no sólo se aplica, como sabemos, al presente sino también al pasado, por medio de la desnacionalización de sujetos intelectuales y actores políticos. En un número de La Jiribilla, la principal publicación electrónica del Ministerio de Cultura, por ejemplo, el entonces presidente del Instituto Cubano del Libro, Iroel Sánchez, escribió, a propósito de la biografía de Antonio Guiteras escrita por Paco Ignacio Taibo II, que la “única historia que valía la pena hacer era la de los revolucionarios, ya que la de los reaccionarios la hacían los historiadores reaccionarios”. De más está decir que en esos términos, el liberalismo, como la socialdemocracia, la democracia cristiana o cualquier modalidad del socialismo democrático, quedan comprendidos dentro de las ideologías reaccionarias, a pesar de que la mayoría de los revolucionarios cubanos, desde José Martí hasta Fidel Castro, pasando por el propio Antonio Guiteras o Raúl Roa, tuvo elementos liberales en su pensamiento.

TOMADO DE: http://www.otrolunes.com/hemeroteca-ol/numero-11/html/este-lunes/este-lunes-n11-a01-p01-2010.html

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