

Fueron tiempos convulsos. Yo y varias de mis amigas estábamos en el proceso para entrar a la UJC. En una de las entrevistas, ingenuamente, convencida que con la verdad en la mano siempre saldría adelante en una sociedad justa –como la cubana- me pronuncié a favor de los viajes de la Comunidad y en contra de golpear a nadie en los mítines de repudio. Con mis 14 años a cuestas sentí terror, una semana después, cuando comprendí que había metido la pata; que me llamaban para decirme que tenía debilidades ideológicas coronadas con mucha, demasiada familia en Estados Unidos. Mis argumentos, los de siempre –que mi única familia era mi abuela; que sí, que ella se había ido en 1960 y, por supuesto, jamás habíamos roto relaciones- parecieron empeorar el asunto. La historia revolucionaria de mis padres, el sacrificio de mi madre al quedarse sola en Cuba con apenas 16 años –aun cuando se marchó toda su familia al exilio- primó y sólo me escribieron en el expediente que “debido a mi edad necesitaba más ayuda en mi formación revolucionaria pero que no tenía problemas de diversionismo ideológico”
Me sentí aliviada porque nadie de la familia estaría en problemas. Entré a la UJC y milité en ella 15 años. Pero me prometí que jamás golpearía a nadie ni formaría parte de aquella masa acéfala que tiraba huevos. A partir de ese momento, comencé a ir a los actos de repudio y me mantenía lo más lejos posible y sólo gritando de vez en cuando mientras a mi alrededor las fueras malignas del gobierno alentaban el odio, las rencillas personales, los golpes y el escarnio.
Era 1980. Yo tenía 14 años. Habían nacido las Brigadas de Respuesta Rápida y los denigrantes Mítines de Repudio.
Estamos en el 2010. Y la situación se retoma:
http://www.scribd.com/doc/29481408/Plan-de-represion-estatal
Continuará…
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