Acabo de leer con asombro la “desaparición” de Abel Prieto del Buró Político y el Comité Central del PCC. Ya me habían dicho en Cuba que él había solicitado, desde hace tiempo, la liberación –por problemas de salud-de sus obligaciones políticas. Supe que la diabetes le había jugado algunas malas pasadas. Por ahí hay quien rumora que quiere ocuparse de la literatura –su literatura- abandonada durante tanto tiempo. Para otros, entre susurros, Abel ha caído en las redes de una purga que lo señala como parte de las críticas que los intelectuales de adentro hacen, constantemente, a las decisiones erróneas del gobierno. El chisme corre rápido y se murmura que Miguel Barnet aspira, entre vuelos cortos y picotazos certeros, a ser el nuevo Ministro de Cultura cubano.
Sé que Abel tiene muchos enemigos, detractores enojados porque en un momento de decisiones dejó de funcionar el amigo y prevaleció el burócrata. No puedo quitarle o darle la razón a ninguno de los dos bandos. Yo guardo de él muy buenos recuerdos: el tutor de mi tesis atento y dispuesto, el profesor que me abrió el apetito voraz por la obra de Lezama. Tenía yo apenas 20 años cuando Abel hizo un posgrado en la Universidad de La Habana. Entré al aula –una casi adolescente abelardita, bitonga como el libro que él publicó- y me enfrenté a la mirada curiosa de todos –Víctor Fowler, Emmanuel Tornés, Ivette Fuentes, Lourdes Rensoli- que me dijeron que me había equivocado de clases. Abel me sonrió y me dijo: “¿Eres la alumna que manda Ana Cairo? ¿La aspirante a hacer su tesis de Lezama?”. Y así entré –como me dijo hace poco José Prats Sariol- en la pequeña cofradía lezamiana.
Nunca he recibido un gesto desdeñoso o indiferente en cada una de las ocasiones en que, a lo largo de todos estos años, me he tropezado con Abel. En Cuba y fuera de ella, siempre me ha saludado con el mismo cariño y su habitual “Cómo estás, princesa”. La última vez que lo vi, en el Centenario de Lezama, en La Habana, fue tan amable como siempre y su “Nos vemos aquí, en las conferencias” fue una promesa.
Mi tesis de doctorado, El mito de la cubanidad concurrente en la prosa de José Lezama Lima, agradece los conocimientos que adquirí durante los dos años que trabajé a su lado como alumna ayudante de literatura cubana. Le debo una copia de mi investigación que es también la suya porque no puedo olvidar, aquel ya lejano día, allá por 1986 ó 87, cuando me dijo que no podía seguir con su tesis de doctorado y que me dejaba todas las fichas que habíamos trabajado juntos. Y eso, en el mundo intelectual, es una muestra de altruismo sin límites.
Abel podrá tener enemigos y detractores. Lo rodeará la envidia de los mediocres o la maquinaria del poder que tritura y desecha cuando ya no son necesarios los cuadros. Podrá permanecer o no en la vida política del país. No conozco los mecanismos del poder que pueden haberlo transformado e, incluso, quizás, desde su posición, haber dañado a muchos. No conozco a ese Abel.
En cuanto a mí, guardo el recuerdo del hombre que fue mi maestro y que jamás me ha decepcionado. No sé si podrá leer mis palabras. Más allá de pretensiones intelectuales o sonados ascensos a los que aspiran muchos de los aduladores establecidos; más allá del tiempo, las supuestas ideologías o los absurdos del poder efímero: mucho más allá del futuro incierto y los logros literarios que nos esperan y que nos harán coincidir -qué duda cabe-en las lides literarias le digo que aquí, en México, tiene ud. una amiga.
3 comentarios:
Yamy, que bien que escribas este merecido post; los agradecidos ven la luz antes que las manchas; te honran también estas palabras.
Yo ni escibo ya en los blogs --ni los leo--, así que este comentario es una excepción; porque aprovecho para dejar también constancia de mi agrdecimiento a Abel, quien apoyó el taller de narrativa Salvador Redonet; apoyo necesario en su momento; como también lo hicera luego Fernando Rojas.
Tu post --como este comentario-- puede ser criticados; pero nosotros aprendimos a ser honestos; copsa bien rara en estos tiempos. Por eso, te felicito, y por eso dejo estas palabras.
Un día los cubanos venceremos el odio. Un día venceremos el resentimiento y tantas sospechas.
Este post tuyo forma parte de ese día futuro.
Un beso.
Gracias, Jorgito. Sabes bien cómo fueron aquellos tiempos de mi tesis de Licenciatura porque los viviste junto a mí. Sólo espero que Abel no sea un recuerdo perdido en la cultura cubana.
Me gustó mucho tu artículo y me trajo nostalgia de aquel tiempo en que nos veíamos en el curso con Abel y todo lo que de ahí se derivó. A mí y a todos los que de una u otra forma conocemos a Abel no nos extrañó que no apareciera en las estructuras partidistas centrales, imaginamos que se deba a su salud; por lo que se sabe su diabetes sigue afectando y, como es lógico, debe cuidarse y dedicar ahora tiempo para escribir. Que lo vamos a extrañar los de adentro y los de fuera no lo duda nadie, su labor sociocultural fue grande; también el hecho de contribuir a que se nos retribuyeran las labores en pro de la cultura: conferencias, presentaciones de libros, cursos y demás, lo cual estuvo bien porque, aparte de ser un real esfuerzo cultural, en esta crisis a algunos nos ha ayudado. Si deja o no la labor ministerial no lo sabemos, tampoco, si se da lo primero, quién será su relevo. De todas formas, si no continuara lo sentiríamos en el plano afectivo y cultural porque Abel es como David el del cuento de Senel Paz, un gran revolucionario que reúne carisma, cultura, cordura, escritura, diálogo y otras cosas más.
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