POR YAMILET GARCÍA ZAMORA
La propia vida de Sándor Márai ( 1900-1989) puede responder a la hipótesis latente en La herencia de Eszter ( 1939 ). Algo que debió suceder en el pasado y no ocurrió signa la vida de los personajes de esta novela como marcó, posiblemente, la del propio autor, que fue condenado, censurado, exiliado y cuyo suicidio fuera de su patria señala el camino de los destierros reales y los autoexilios que designan a los seres humanos. Las miradas retrospectivas de las vidas –de la vida de Eszter- muestran palabras que no se dijeron, sentimientos ocultos, actitudes truncas. La memoria del pasado destruye también el presente porque aunque aparentemente todo se ha olvidado, sigue ahí, esperando el momento propicio para salir de nuevo.
Heredero de la mejor tradición literaria centroeuropea, Sándor Márai construye un universo novelístico que aunque recuerda algo al de Stefan Zweig, sin embargo, está dotado de sus propios recursos y registros expresivos. En este sentido, lo que más llama la atención de su prosa es la forma en la que elabora su discurso creativo. Un discurso melancólico y refinado, provisto de un esteticismo contenido que sirve a una voz elegante que se articula a través de personajes que parecen vivir atrapados por su pasado. De ahí que sus historias giren alrededor de la incapacidad de aquéllos por proyectarse más allá de una temporalidad acuciada por fantasmas biográficos que introducen una tensión que va en aumento gradualmente hasta que por fin se plantea la necesidad imperiosa de resolverla bajo la forma de una encrucijada vital en la que se decide el futuro de los protagonistas e, incluso, su propia supervivencia.[1]
Decir que la novela no me gustó no basta para llenar el cúmulo de sensaciones que despertó en mi, donde la ira prevalece en su justo valor: ira contra Eszter, fundamentalmente pero, además, rencor por un texto que se me hace sumamente machista y que pone a la mujer en un papel absurdo, aunque no puedo soslayar el hecho concreto que, en el mundo, hay mucha gente como Eszter, incapaces de luchar contra el “destino” y supeditadas a un hombre que jamás las ha querido y cuyo único fin en la existencia es vivir bien sin interesar a quién se hace daño.
La herencia… es una novela donde el tiempo y el espacio no están definidos. Se sabe que la historia transcurre en un pueblo, porque en varias ocasiones se dice, y que estamos en el siglo XX –aunque en la casa no hay luz eléctrica, nunca la ha habido- pero el resto de los datos no aparecen, en un intento manifiesto del autor por generalizar una situación que puede ocurrir en cualquier lugar del mundo.
Hace veinte años que Lajos se fue y al comienzo de la novela Eszter se entera que volverá. Los recuerdos y la memoria afectiva del pasado conducirán a la protagonista a formarse una ilusión a fuerzas. Espera que la llegada de su viejo “amigo” –con el que mantuvo un noviazgo y que, al final, se casó con su hermana- le despierte todo un universo de sensaciones que no puede dominar. Eszter es un cliché, alguien que sabe que es imposible volver al pasado, ni arreglarlo y que intuye un futuro nefasto pero que es incapaz de rebelarse por su vida. Por otro lado, su “amor” es un hombre sin ética ni límites morales.
- ¿ Dónde están tus límites, Lajos?
- Todo eso son puras palabras –observó, con un movimiento de la mano de aburrimiento- Límites, posibilidades. El bien y el mal. Son puras palabras, Eszter. ¿ Has pensado alguna vez en que la mayor parte de nuestras acciones no tiene ningún sentido ni ningún fin? Uno hace lo que hace, sin pensarlo, sin obtener ningún beneficio ni ningún placer con ello. Si examinas tu vida, te darás cuenta de que ha hecho muchas cosas sin querer, simplemente porque se te ha presentado la ocasión para hacerlas[2]
Lajos es un manipulador agresivo y descarado. Todos saben el tipo de persona que es pero nadie se rebela a sus maquinaciones. A los ojos de cualquier lector, se presenta como una especie de Diablo, disfrazado de humano, con el encanto de los Mesías, dictadores o dirigentes populistas, que encantan a las personas, cual serpientes desvalidas, con el uso de la palabra, la mirada, los gestos. Más allá de las posibles implicaciones de la moral, lo justo, lo honrado. La filosofía de Lajos es, por lo tanto, bien simple: “Uno es responsable de sus intenciones… Las acciones, ¿ qué son? Son sorpresas arbitrarias”[3] Una filosofía peligrosamente fascista –o represora, llámese cómo se llame su filiación política. Visto de esta forma, si mi intención es que la gente de mi barrio viva bien –muy buena intención, por cierto- no importa que mate a los vecinos del barrio colindante para lograrlo –eso es acción sorpresiva. Debajo de la manipulación de Lajos y de la pasividad absurda de Eszter hay todo un sustrato ideológico del terror y la sumisión al destino, algo del súper hombre de Nietzsche 4]y, también, del derrumbe de todo un universo pequeño burgués que vaticina el gran cambio político de Europa en los años cuarenta del siglo XX.
Además, es la novela de la tristeza, la nostalgia infinita por lo pasado que no volverá y una especie de imposibilidad de romper con ello para seguir adelante. Eszter espera a Lajos como el niño Marcel espera y sufre por el beso que no llega en Por el camino de Swan[5], vencidos ambos por la inevitabilidad del destino y por la falta de comunicación. Porque La herencia apela a una verdad casi dolorosa de nuestros tiempos: los sentimientos se deben decir en el momento preciso. Las obsesiones de los personajes son sicosis dignas del mejor estudioso del tema: por el pasado, por el tiempo que no existe pero que se empeña en mantener, incluso, por ese estado de complacencia de ser dominado que experimenta Eszter –en mayor medida- y el resto –en menor medida. Pero en el caso específico de la protagonista, deriva en las presencias sexistas. Eszter intenta rebelarse pero sucumbe en su intento.
Sí, estoy en el final de mi vida, y tú eres el responsable de que mi vida haya transcurrido así, tan vacía y tan falsa. Tú eres el responsable de que me haya quedado sola, como una solterona que, por ahorrarse sus sentimientos, al final acaba cuidando de sus perros y de sus gatos. Tú sabes que yo no me los he ahorrado nunca, y que nunca he tenido perros ni gatos… Yo tenía personas.[6]
El intento es válido pero queda sólo en eso: en un intento. Puedo comprender el sentido clasista que el autor pone en sus personajes porque Eszter ni es la gran heroína que romperá con los moldes impuestos ni es objetivo de la novela hacerlo, sino todo lo contrario, porque la obra presenta personajes arrinconados en su inmediatez, cegados por el destino. Pero, de cualquier forma, me molesta sobremanera el discurso machista de Lajos, al afirmar que el amor es cosa de mujeres. Y agrega:
Sólo destacáis en eso. Y en eso fracasaste tú, y contigo fracasó todo lo que pudo haber sido, todos nuestros deberes, el sentido entero de nuestras vidas. No es verdad que los hombres sean responsables de su amor. Hubieras tenido que amarme como ama una heroína. Sin embargo, cometiste el mayor error que una mujer puede cometer: te enfadaste, te echaste atrás[7]
Una visión del siglo XXI no ayuda mucho a comprender a Eszter. Pero si bien el peso del dominio recae en Lajos, no se debe olvidar que hasta su hija manipula a Eszter, sin interesarle los problemas o sentimientos de la mujer. Ésta es la novela de los egoísmos, los peleles y los asesinos pasivos, que saben pero no se atreven a intervenir directamente. Y el final, aunque molesta, no extraña: Eszter venderá la casa a Lajos para lanzarse, ahora sí, a un futuro totalmente incierto. Y es que: “… nosotras, las mujeres, no podemos ser siempre tan sabias ni tan consecuentes…Ahora comprendo que no es ésa nuestra tarea”[8] Si la Eszter real y las que todavía piensan así en muchas partes del mundo me pudieran oír, yoles diría: ni tan tontas. Ni tan sumisas. Pero ésa es otra novela.
Si los personajes logran levantar pasiones, odios y deseos asesinos es, indudablemente, por su magnífica construcción. Envidiable en extremo resulta la manera en que el autor logra conformar a gente tan viva dentro de su muerte moral. La pasividad absoluta y el dominio total escapan de las páginas y hacen que el lector viva intensamente el delirio de la historia, preguntándose a cada momento hasta dónde va a llegar Lajos y si Eszter lo soportará. Y en eso radica la genialidad de la novela.
Al estilo de Kafka, Eszter es un personaje cosificado, autoexiliado en su propia existencia, con sentimientos reprimidos y sin voluntad propia. Su herencia es el vacío, la duda y la nostalgia de los tiempos pasados, todos representados en una casa que es, también, una vida que sucumbe: la vida de Eszter.
[1] José María Lassalle Ruiz .”Sándor Márai y la herencia centroeuropea” en: http://www.ojosdepapel.com/Index.aspx?article_id=633. Página consultada el 18 de agosto de 2007.
[2] Sándor Márai. La herencia de Eszter. Barcelona, Salamandra, 2006, p. 126.
[3] Íbid, p. 128
[4] Friedrich Wilhelm Nietzsche ( 1844- 1900) filósofo y poeta alemán, fue uno de los pensadores modernos más influyentes del siglo XIX. En torno al súper hombre o supra hombre nietzscheriano se ha escrito mucho y existen variadas hipótesis –desde colocarlo al nivel de Hitler hasta decir que se acerca al ideal del hombre renacentista- pero se puede clasificar, a grandes rasgos, como aquél que crea sus propias normas, morales y de todo tipo y que somete las cosas a su voluntad. Además, es un ser que cuando toma una decisión realmente la quiere tomar, y no se arrepiente de sus actos
[5] En la primera novela de En busca del tiempo perdido, Por el camino de Swan, Marcel Proust ( 1871-1922) describe una larga secuencia angustiante donde un niño –él mismo- vigila a su madre para que le dé el beso de buenas noches, en un acápite desbordante de manías, terrores, nostalgias, dolores y memoria.
[6] Sándor Márai. Ob. cit, p. 136.
[7] Íbid, p. 144-145.
[8] Íbid, p. 159
Heredero de la mejor tradición literaria centroeuropea, Sándor Márai construye un universo novelístico que aunque recuerda algo al de Stefan Zweig, sin embargo, está dotado de sus propios recursos y registros expresivos. En este sentido, lo que más llama la atención de su prosa es la forma en la que elabora su discurso creativo. Un discurso melancólico y refinado, provisto de un esteticismo contenido que sirve a una voz elegante que se articula a través de personajes que parecen vivir atrapados por su pasado. De ahí que sus historias giren alrededor de la incapacidad de aquéllos por proyectarse más allá de una temporalidad acuciada por fantasmas biográficos que introducen una tensión que va en aumento gradualmente hasta que por fin se plantea la necesidad imperiosa de resolverla bajo la forma de una encrucijada vital en la que se decide el futuro de los protagonistas e, incluso, su propia supervivencia.[1]
Decir que la novela no me gustó no basta para llenar el cúmulo de sensaciones que despertó en mi, donde la ira prevalece en su justo valor: ira contra Eszter, fundamentalmente pero, además, rencor por un texto que se me hace sumamente machista y que pone a la mujer en un papel absurdo, aunque no puedo soslayar el hecho concreto que, en el mundo, hay mucha gente como Eszter, incapaces de luchar contra el “destino” y supeditadas a un hombre que jamás las ha querido y cuyo único fin en la existencia es vivir bien sin interesar a quién se hace daño.
La herencia… es una novela donde el tiempo y el espacio no están definidos. Se sabe que la historia transcurre en un pueblo, porque en varias ocasiones se dice, y que estamos en el siglo XX –aunque en la casa no hay luz eléctrica, nunca la ha habido- pero el resto de los datos no aparecen, en un intento manifiesto del autor por generalizar una situación que puede ocurrir en cualquier lugar del mundo.
Hace veinte años que Lajos se fue y al comienzo de la novela Eszter se entera que volverá. Los recuerdos y la memoria afectiva del pasado conducirán a la protagonista a formarse una ilusión a fuerzas. Espera que la llegada de su viejo “amigo” –con el que mantuvo un noviazgo y que, al final, se casó con su hermana- le despierte todo un universo de sensaciones que no puede dominar. Eszter es un cliché, alguien que sabe que es imposible volver al pasado, ni arreglarlo y que intuye un futuro nefasto pero que es incapaz de rebelarse por su vida. Por otro lado, su “amor” es un hombre sin ética ni límites morales.
- ¿ Dónde están tus límites, Lajos?
- Todo eso son puras palabras –observó, con un movimiento de la mano de aburrimiento- Límites, posibilidades. El bien y el mal. Son puras palabras, Eszter. ¿ Has pensado alguna vez en que la mayor parte de nuestras acciones no tiene ningún sentido ni ningún fin? Uno hace lo que hace, sin pensarlo, sin obtener ningún beneficio ni ningún placer con ello. Si examinas tu vida, te darás cuenta de que ha hecho muchas cosas sin querer, simplemente porque se te ha presentado la ocasión para hacerlas[2]
Lajos es un manipulador agresivo y descarado. Todos saben el tipo de persona que es pero nadie se rebela a sus maquinaciones. A los ojos de cualquier lector, se presenta como una especie de Diablo, disfrazado de humano, con el encanto de los Mesías, dictadores o dirigentes populistas, que encantan a las personas, cual serpientes desvalidas, con el uso de la palabra, la mirada, los gestos. Más allá de las posibles implicaciones de la moral, lo justo, lo honrado. La filosofía de Lajos es, por lo tanto, bien simple: “Uno es responsable de sus intenciones… Las acciones, ¿ qué son? Son sorpresas arbitrarias”[3] Una filosofía peligrosamente fascista –o represora, llámese cómo se llame su filiación política. Visto de esta forma, si mi intención es que la gente de mi barrio viva bien –muy buena intención, por cierto- no importa que mate a los vecinos del barrio colindante para lograrlo –eso es acción sorpresiva. Debajo de la manipulación de Lajos y de la pasividad absurda de Eszter hay todo un sustrato ideológico del terror y la sumisión al destino, algo del súper hombre de Nietzsche 4]y, también, del derrumbe de todo un universo pequeño burgués que vaticina el gran cambio político de Europa en los años cuarenta del siglo XX.
Además, es la novela de la tristeza, la nostalgia infinita por lo pasado que no volverá y una especie de imposibilidad de romper con ello para seguir adelante. Eszter espera a Lajos como el niño Marcel espera y sufre por el beso que no llega en Por el camino de Swan[5], vencidos ambos por la inevitabilidad del destino y por la falta de comunicación. Porque La herencia apela a una verdad casi dolorosa de nuestros tiempos: los sentimientos se deben decir en el momento preciso. Las obsesiones de los personajes son sicosis dignas del mejor estudioso del tema: por el pasado, por el tiempo que no existe pero que se empeña en mantener, incluso, por ese estado de complacencia de ser dominado que experimenta Eszter –en mayor medida- y el resto –en menor medida. Pero en el caso específico de la protagonista, deriva en las presencias sexistas. Eszter intenta rebelarse pero sucumbe en su intento.
Sí, estoy en el final de mi vida, y tú eres el responsable de que mi vida haya transcurrido así, tan vacía y tan falsa. Tú eres el responsable de que me haya quedado sola, como una solterona que, por ahorrarse sus sentimientos, al final acaba cuidando de sus perros y de sus gatos. Tú sabes que yo no me los he ahorrado nunca, y que nunca he tenido perros ni gatos… Yo tenía personas.[6]
El intento es válido pero queda sólo en eso: en un intento. Puedo comprender el sentido clasista que el autor pone en sus personajes porque Eszter ni es la gran heroína que romperá con los moldes impuestos ni es objetivo de la novela hacerlo, sino todo lo contrario, porque la obra presenta personajes arrinconados en su inmediatez, cegados por el destino. Pero, de cualquier forma, me molesta sobremanera el discurso machista de Lajos, al afirmar que el amor es cosa de mujeres. Y agrega:
Sólo destacáis en eso. Y en eso fracasaste tú, y contigo fracasó todo lo que pudo haber sido, todos nuestros deberes, el sentido entero de nuestras vidas. No es verdad que los hombres sean responsables de su amor. Hubieras tenido que amarme como ama una heroína. Sin embargo, cometiste el mayor error que una mujer puede cometer: te enfadaste, te echaste atrás[7]
Una visión del siglo XXI no ayuda mucho a comprender a Eszter. Pero si bien el peso del dominio recae en Lajos, no se debe olvidar que hasta su hija manipula a Eszter, sin interesarle los problemas o sentimientos de la mujer. Ésta es la novela de los egoísmos, los peleles y los asesinos pasivos, que saben pero no se atreven a intervenir directamente. Y el final, aunque molesta, no extraña: Eszter venderá la casa a Lajos para lanzarse, ahora sí, a un futuro totalmente incierto. Y es que: “… nosotras, las mujeres, no podemos ser siempre tan sabias ni tan consecuentes…Ahora comprendo que no es ésa nuestra tarea”[8] Si la Eszter real y las que todavía piensan así en muchas partes del mundo me pudieran oír, yoles diría: ni tan tontas. Ni tan sumisas. Pero ésa es otra novela.
Si los personajes logran levantar pasiones, odios y deseos asesinos es, indudablemente, por su magnífica construcción. Envidiable en extremo resulta la manera en que el autor logra conformar a gente tan viva dentro de su muerte moral. La pasividad absoluta y el dominio total escapan de las páginas y hacen que el lector viva intensamente el delirio de la historia, preguntándose a cada momento hasta dónde va a llegar Lajos y si Eszter lo soportará. Y en eso radica la genialidad de la novela.
Al estilo de Kafka, Eszter es un personaje cosificado, autoexiliado en su propia existencia, con sentimientos reprimidos y sin voluntad propia. Su herencia es el vacío, la duda y la nostalgia de los tiempos pasados, todos representados en una casa que es, también, una vida que sucumbe: la vida de Eszter.
[1] José María Lassalle Ruiz .”Sándor Márai y la herencia centroeuropea” en: http://www.ojosdepapel.com/Index.aspx?article_id=633. Página consultada el 18 de agosto de 2007.
[2] Sándor Márai. La herencia de Eszter. Barcelona, Salamandra, 2006, p. 126.
[3] Íbid, p. 128
[4] Friedrich Wilhelm Nietzsche ( 1844- 1900) filósofo y poeta alemán, fue uno de los pensadores modernos más influyentes del siglo XIX. En torno al súper hombre o supra hombre nietzscheriano se ha escrito mucho y existen variadas hipótesis –desde colocarlo al nivel de Hitler hasta decir que se acerca al ideal del hombre renacentista- pero se puede clasificar, a grandes rasgos, como aquél que crea sus propias normas, morales y de todo tipo y que somete las cosas a su voluntad. Además, es un ser que cuando toma una decisión realmente la quiere tomar, y no se arrepiente de sus actos
[5] En la primera novela de En busca del tiempo perdido, Por el camino de Swan, Marcel Proust ( 1871-1922) describe una larga secuencia angustiante donde un niño –él mismo- vigila a su madre para que le dé el beso de buenas noches, en un acápite desbordante de manías, terrores, nostalgias, dolores y memoria.
[6] Sándor Márai. Ob. cit, p. 136.
[7] Íbid, p. 144-145.
[8] Íbid, p. 159
3 comentarios:
Pitibuchi, muy buen análisis de la novela, sin haberla leído, no te enojes por ese machismo y manipulación de Lajos! es para que la novelatenga más sentido, supongo, además como dices, si logró revolverte muchos sentimientos, pues es buena novela, no?? a mí me pasó algo parecido con el final de Ensayo sobre la Lucidez, de Saramago, quedé tan enojado al final, que estuve a punto de aventar y romper el libro.
Ahora voy a tener que leer ésta, será la segunda que leo de Sándor, hace poco que leí El Último Encuentro y me encantó y con tus comentarios y análisis de esta novela pues ya me dieron ganas de tenerla, saludos!!
Laranjinha
Hola.
De S.M. He leido "El último encuentro" (que me pareció el ejemplo perfecto de la frase de un viejo maestro de periodismo: cada frase debe ser precisa, concisa y maciza), "La mujer justa" (de mayor entramado técnico pero menor calado emocional) y "Divorcio en Buda" (de esas novelas en las que ansías llegar al desenlace y temes leer la última línea).
Hasta ahora, no había leido un acercamiento tan interesante como el tuyo a alguna obra de S.M.
Por cierto, ¿el nombre de la protagonista viene de "Divorcio en Buda"?
Saludos.
Efren, supongo que seas el Efren que yo conozco... el policíaco, pues. No, no sé de dónde sale el nombre, sencillamente, así se llama la protagonista y al respecto no se dice nada en la obra.
Me alegro que te haya gustado la reseña, en estos días subo otra pero ahora de Elfriede Jelinek. Y creo que voy a mandar una a la lista
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