QUE EL ÁNGEL DE LA JIRIBILLA LOS ACOMPAÑE.

sábado, 18 de agosto de 2007

Sabores que matan, de Raquel Rosemberg.

El escritor argentino Ernesto Mallo ( para conocerlo mejor puedes visitar su página, http://www.ernestomallo.com.ar/marcos.html, sólo puedo adelantarles que acaba de ganar el premio Memorial Silverio Cañada por su novela La aguja en el pajar) escribe hoy una reseña del libro de Raquel que, según la propia autora, se acaba de agotar en Argentina. Raquel estará en México a finales de agosto pero todavía no sé si presentará o no el título. Por el momento, les dejo este excelente texto de Ernesto.
Sabores para regalarse
por Ernesto Mallo

Sabores que Matan
(Comidas y Bebidas en el Género Negro-Criminal)
Raquel Rosemberg
2007 - Editorial Paidós (Argentina)
195 Páginas

A fines del Siglo XIX, Pellegrino Artusi escribió su magnífico recetario titulado “La ciencia en la cocina y el arte de comer bien”, en el que, citando al poeta Olindo Guerrini (alias Lorenzo Stecchetti) se pregunta: ¿Por qué a quién se alegra mirando un buen cuadro o escuchando una buena sinfonía se lo reputa superior a aquel que siente placer con una excelente comida? Claro, otros tiempos corrían, otros valores y la virtud estaba siempre alojada de la nariz para arriba mientras que de allí para abajo sólo podían encontrarse las tendencias más abyectas y bestiales. Sin embargo negocios, transacciones y celebraciones no están completos si los participantes no se sientan a la mesa a beber y comer. Hoy los cocineros son estrellas y saber de bebidas y comidas es un must para quienes tienen el asunto de la alimentación garantizado. El comer se ha impuesto al maniqueísmo de las religiones, a las consideraciones morales que condenan la complacencia de los sentidos y al ascetismo. La comida es hoy un tema de debate fundamental que se multiplica en los medios de comunicación, en las publicaciones y hace eco en la prensa de todos los colores. La TV, reina indiscutida de los mass media, le dedica programas en todos los canales y hasta hay una señal entera sólo dedicada a las artes culinarias. La ciencia médica que, como la iglesia, nunca quiere quedar afuera de lo que ande pasando, responde con sesudos consejos sobre el alimentarse bien con recomendaciones, consejos y severas advertencias a los transgresores. Una moral con estetoscopio ausculta meticulosamente a quienes comen por placer. Porque en definitiva, de eso se trata. La paradoja es que mientras una tercera parte del mundo se muere de hambre, otra tercera trata de mantenerse dentro del grupo que come con regularidad y a la última le preocupa con qué regalarse. Para ellos la oferta va en aumento, no sólo se multiplica la cobertura mediática, también la oferta gastronómica. Restaurantes de todas clases surgen como hongos. En Buenos Aires, la vieja zona de Palermo, hoy rebautizada con pretensión de primer mundo, se ha poblado de locales para comer y beber. Etnico, comarcal, de fusión, japonés, vietnamita, neo argentino, usted pida que estamos para servirlo. Y, como si esto fuera poco, a las cocinas tradicionales y neo tradicionales se ha venido a sumar lo que se ha dado en llamar “cocina de autor”, zona de altísimo riesgo que, además de platos buenos, dudosos y deplorables, ha producido un nuevo género literario al que podríamos llamar “menú poético”, con sus variantes irónico, chistoso, incomprensible, simpático y así sucesivamente. No hay duda de que pronto, si es que no existe ya, se va a establecer en alguna universidad la carrera de ciencias culinarias y la licenciatura de crítica literaria del menú.
La comida es la actividad vital por excelencia y, como es ley natural, allí donde está la vida, también está la muerte, su par, su otra cara, su alimento, su sombra, su certeza. Y hay una lógica de hierro en esta cuestión pues para que alguien viva, para que alguien se alimente, es necesario que alguien muera, sea lechuga, vaca o nuez moscada.
Y aquí es donde se para y planta su cámara, su conocimiento, su humor, su crítica y su arte Raquel Rosemberg con sus Sabores que Matan. Escrito con una prosa muy cuidada, que se lee con facilidad, que abre el apetito, que dan ganas de seguir leyendo, este libro no es en modo alguno literatura light pero tampoco recurre a resfregarnos por la cara los males del mundo que habitamos a los que, sin embargo, tampoco les saca el cuerpo. Al mismo tiempo se trata de un libro instructivo, pero de esos en los que uno digiere las lecciones con toda naturalidad y en plenitud y ello se debe a tres poderosas razones: el indudable talento de la autora para la escritura, el acabado conocimiento de las materias que trata y el amor que trasunta hacia el arte gastronómico y el género negro criminal. Esta base, condimentada con exquisito humor, negro, blanco, político; con frases ingeniosas y bien construidas; observaciones originales y reflexiones agudas sobre el fondo de cocción de una prosa sencilla (algo muy difícil de lograr), todo ello colocado sobre un diseño de edición amable, claramente organizado y de enorme naturalidad. Si hasta parece fácil de hacer.

Sobre su contenido, el título lo dice todo: Sabores que Matan es un recorrido por el crimen, de la ficción y de los otros, en los que la comida ha jugado un rol fundamental. Al estupendo análisis que hace Rosemberg de obras del género le suma las recetas de los platos con los que la gente ha procurado deshacerse del prójimo. Impecable trabajo con un doble valor. Es un recetario del crimen y una guía de cocina. El volumen puede utilizarse para agasajar al marido con una receta exquisita o para abrise paso en la jungla de títulos que se publican y hallar el tesoro de la buena literatura del género. Quienes pretendan usarlo para servirle una golosina fatal a sus comensales, saldrán decepcionados, Raquel no incluye en las recetas las pociones y venenos que pondrán en el más allá al sujeto de nuestro rencor. Esa es una cuestión que cada uno deberá investigar por su cuenta.

Esta maravilla que Raquel entrega tiene un solo problema que no es menor. Uno no sabe si poner el libro en la cocina, entre Artusi y Simone Ortega, o en la biblioteca entre Chandler y Simenon. Yo lo solucioné comprando dos.

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