El futuro de Cuba es inicerto y peligroso. No lo puedo negar, me preocupa y me da miedo. Veo a mis compatriotas divididos por rencillas y rencores absurdos, fomentados por el mismo gobierno de siempre. Incapaces de saltar la inmediatez, los cubanos de hoy en día viven en la pura sobreviviencia, en la envidia y la indiferencia profunda por el mañana. Mi país se dirige a un baño de sangre, a un enfrentamiento entre hermanos que ya se vislumbra. No existe, en el vocabulario cubano de hoy, conceptos como tolerancia, respeto a lo ajeno, pluralidad. Si alguien utiliza esos términos, es tachado de gusano o payaso. Un pueblo supuestamente instruido cae, todos los días, en la más profunda de las ignorancias.
Hace tiempo que abogo por levantar puentes y olvidar: es el único camino posible. Doloroso, cierto, pero imprescindible. Pudieron los alemanes, los chilenos, los argentinos, ¿por qué nosotros no? Pero mientras haya un solo cubano que se preste al juego cruel de atacar la diversidad -sea por miedo, desconocimiento, compra o estupidez- no estamos haciendo el trabajo necesario.
También mi voz se une al torrente que exige el fin de la era de las cavernas y del golpe o la injuria como respuesta a los cambios. Estos vendrán, tarde o temprano -los reales, los ciertos- y entonces los injuriados de hoy creerán que están en su derecho de hacer lo mismo que ahora les hacen. Y nos moveremos en un círculo vicioso sin fin que destruye a la Patria y aleja a los cubanos.
Soy cubana, en cualquier lugar del mundo donde me encuentre. Me duele Cuba y no quiero una guerra fraterna. Es la hora de las uniones y en nosotros está la obligación ética y ciudadana de despertar conciencias. No debemos quedar ante la Historia como un pueblo de salvajes que no supieron -o quisieron- escuchar los bramidos de los nuevos tiempos.
He aquí un fragmento del texto que les propongo. Pueden leerlo completo en: http://convivenciacuba.es/content/view/804/59/
Todos los cubanos y
cubanas sinceros consigo mismos, saben, comprueban y diferencian que el daño
real y peligroso no lo hacen los discrepantes u opositores políticos pacíficos,
sino los que quieren vivir de la ilegalidad y la permisividad de unos Órganos que
se han centrado equivocadamente durante cinco décadas en un objetivo que son
las personas que discrepan porque aman a Cuba, porque ven claro sus males y
soluciones, y han decidido permanecer en nuestro país para trabajar por su
cambio, por el mejoramiento humano, por el pluralismo político, por la
eficiencia económica, por el progreso social y por el desarrollo humano
integral.
Hágase una evaluación
objetiva y multidisciplinaria de esta realidad y se verá, de forma transparente
y definitoria, cómo sirven de paradigma y cuestionamiento, en la Cuba de hoy,
estas palabras del Apóstol que logró la unidad en la diversidad de Cuba, de las
cuales se cita con frecuencia la primera frase pero se desconocen las restantes
que dan la visión más universal e integradora que estadista alguno pueda dar a
nuestro país. Detengámonos en cada idea de esta larga cita de Martí. Que este
sea un programa de trabajo y una visión de la verdadera “actualización” que
queremos para la Nación:
“Los hombres van en dos
bandos: los que aman y fundan, y los que odian y deshacen…No ha de negarse que
con la mucha aspiración sobrante en Cuba, por la mucha inteligencia, y el poco
empleo que en aquella vida de limosna, menos deseable que la muerte, hallan los
talentos desocupados, viene criándose en Cuba como un hábito de mutua
desestimación y de celo rinconero, como un codeo excesivo y egoísta por el
plato de la fama o de la mesa, que no preparan bien para la generosidad y
concordia indispensables en la creación de la república, y es de esperar que
desaparezcan en cuanto pueda echarse la actividad comprimida por más amplios
canales, en cuanto la tierra nueva se abra al trabajador, el comercio al
criollo, el periódico a la verdad, y la tribuna a la enseñanza, que es su
verdadero empleo. ¡Ah, Cuba, futura universidad americana!: la baña el mar de
penetrante azul: la tierra oreada y calurosa cría la mente a la vez clara y activa:
la hermosura de la naturaleza atrae y retiene al hombre enamorado: sus hijos,
nutridos con la cultura universitaria y práctica del mundo, hablan con
elegancia y piensan con majestad, en una tierra donde se enlazarán mañana las
tres civilizaciones. ¡Más bello será vivir en el lazo de los mundos, con la
libertad fácil en un país rico y trabajador, como pueblo representativo y
propio donde se junta al empuje americano el arte europeo que modera su crudeza
y brutalidad, que rendir el alma nativa, a la vez delicada y fuerte, a un
espíritu nacional ajeno que contiene sólo uno de los factores del alma de la
isla, -que vaciaría en la isla pobre y venal los torrentes de su riqueza
egoísta y corruptora, que convertiría un pueblo fino y de glorioso porvenir en lo
que Inglaterra ha convertido el Indostán! Y para esa vida venidera, para esa
vida original y culta, que haría del jardín podrido una nacionalidad salvadora
e interesante, una levadura espiritual en el pan americano, un altar donde
comulgasen a la vez, en la dicha del clima y la riqueza, los espíritus del
mundo, no son buena preparación el celo rinconero, la fama a dentelladas, la
reducción de la mente en controversias y quisquillas locales.” [1]
Dos son los principios
éticos para reconstruir la nación cubana: uno, que la libertad se convierta en
responsabilidad y generosidad. Dos, que el respeto a los derechos de todos se
convierta en el fundamento de la paz.
El mismo Martí que
fundó nuestra Nación respetando la diversidad no quiso hacer proyectos utópicos,
tan grandiosos como irrealizables porque están vacíos de alma, que por ello se
derrumban en un día, sino que quiso que la ley primera de la República fuera
“la dignidad plena del hombre”. Esa edificación en el amor no se funda solo en
el proyecto de convivencia comunitaria que nos presenta la cita anterior sino
también, y sobre todo, en la nobleza de alma de la siguiente descripción de la
persona que desea ser un ciudadano libre: “El hombre de pecho libre niega su
corazón a la libertad egoísta y conquistadora, y adivina que el triunfo del
mundo, más que en los edificios babilónicos caedizos, reside en la abundancia
de la generosidad, en aquella pasión plena del derecho que lleva respetar el
ajeno tanto como el propio.”[2]
Esta sería una
cubanísima forma de actualizar el País en la inclusión y la reconciliación, y
no un sistema o un único partido. Sería también una manera de reconstruir la
persona del cubano que sufre la erosión antropológica propia de la masificación
colectivista.
¡Hagámoslo entre todos!
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