QUE EL ÁNGEL DE LA JIRIBILLA LOS ACOMPAÑE.

domingo, 12 de agosto de 2012

MÁS DE CONFESIONES


DOS FRONTERAS PARA EL POLICIAL CUBANO.


Jorge Enrique Lage
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'Si vamos a narrar en serio, la Seguridad del Estado debe entrar necesariamente en la ficción policial.'
En el texto que sirve de introducción a la antología Confesiones (Nuevos cuentos policiales cubanos), Lorenzo Lunar y Rebeca Murga afirman que desde finales de los 80 el relato de este género se sumó al destape de temas como el jineterismo, la homosexualidad, el éxodo, el submundo marginal, etcétera.
El realismo de la llamada novísima narrativa tuvo siempre un costado policial más o menos implícito. Todo estaba en explorarlo. Pero a partir de ahí, en el contexto de "eso que vino después del Período Especial" —como diría Juan de los Muertos—, ¿podemos hablar de renovación de formas y contenidos en el género? ¿Se puede hablar de un nuevo policial cubano?
El presente volumen —que reúne a Anisley Negrín, Félix Sánchez, Nelton Pérez, Ernesto Peña, Ángel Santiesteban, Yamilet García Zamora, entre otros— lanza estas preguntas a los lectores y sugiere algunas coordenadas: es, digamos, una antología exploratoria, preliminar.
Sean cuales sean las respuestas, lo cierto es que parece haber un feliz consenso, que Lunar & Murga suscriben, sobre lo lejos que se encuentra la actual narrativa policial respecto a los cánones perversos de los 70. Aquella "estética rígida y de tendencias extremistas", dicen los antologadores. Aquel relato maniqueo, por todos conocido, donde el policía y el delincuente eran caricaturas ideológicas.
Conviene entonces reflexionar sobre ese alejamiento. El camino emprendido por el género en Cuba, desde los 70 hasta la fecha, nos está mostrando hoy un par de límites, dos puntos de inflexión que el verdadero narrador policial debería mirar de frente. (Lo más fácil, también lo más común, es mirar para otro lado.)
El primero tiene que ver con la figura del detective. Armando Cristóbal Pérez, en un artículo titulado "El género policial y la lucha de clases: un reto para los escritores revolucionarios", publicado en Bohemia en 1973, señala que en Cuba es inconcebible la existencia del detective privado. El individualismo y las relaciones mercantiles que rodean a este personaje no son compatibles con nuestra sociedad.
En su lugar, Cristóbal Pérez destaca a otro agente en la lucha contra la delincuencia: el pueblo, que "colabora con la policía sin ambigüedad alguna, porque con ello apoya su propia clase en el poder político: el Estado socialista". Lo que Lunar & Murga llaman "el dogma del héroe colectivo", instaurado como marca de calidad obligatoria. Como respuesta a este dogma, aparecerá más tarde el héroe individual dentro de la trama.
El punto de giro lo va a encarnar, desde luego, el Mario Conde de Leonardo Padura. El investigador se aparta del modelo del policía perfecto; es más bien un antihéroe, un eslabón en una cadena de conflictos sociales que lo superan.
Sin embargo, lo más significativo no es la aparición de Mario Conde, sino el hecho de que, al final de la tetralogía Las cuatro estaciones, Mario Conde abandona la policía. Algo queda como en suspenso, algo deben leer ahí los policiales cubanos. Que yo sepa, todavía no se ha llevado ese gesto hasta sus últimas consecuencias.
¿Es concebible, en el marco de una novela realista —y no en los 70 sino en los años que corren— la labor del detective fuera del ámbito de la Policía Nacional Revolucionaria?
Lunar & Murga mencionan en su prólogo al "investigador por cuenta propia" como una de las figuras del nuevo policial cubano. Valdría la pena detenerse un poco ahí.
¿Cuál sería el pasado de ese personaje? ¿Cuáles sus motivaciones? ¿De qué medios técnicos dispone, y cómo los ha obtenido? ¿Cuál es su posición ante la ley? ¿Cómo son su economía y sus vínculos sociales? ¿Qué tipo de casos investiga? ¿Quién lo contrata y por qué? ¿Por qué acudir a él en lugar de la policía?
En su argumentación, remontándose hasta Sherlock Holmes, Armando Cristóbal Pérez recordaba que los detectives privados por lo general hacen quedar mal a los órganos estatales, evidenciando su torpeza y sus limitaciones. Y en el caso de que sea un inspector o comisario quien encarne el modelo de investigador solitario y excepcional, a la larga éste tendrá problemas con sus superiores. (Un Mario Conde debe abandonar la policía más tarde o más temprano.)
Habría entonces que perfilar mejor a ese detective que investiga lo que la PNR no quiere o no puede o no sabe o no le conviene investigar. El detective como aliado de la PNR y al mismo tiempo como su crítica. El detective que empieza cuando la PNR ya terminó. El detective que no recibe órdenes, por lo que puede investigar incluso a quienes dan las órdenes.
Tengo la hipótesis de que este personaje, en la Cuba del presente y del futuro cercano, de una u otra manera va a pisar el terreno de la Seguridad del Estado. Si vamos a narrar en serio, la Seguridad del Estado debe entrar necesariamente en la ficción policial.
El segundo punto, estrechamente relacionado con lo anterior, tiene que ver con la actividad delictiva. Volvamos a 1973, al corazón del Quinquenio Gris. Armando Cristóbal brindaba en su artículo algunas interesantes observaciones sobre el delito:
"...en la sociedad socialista la delincuencia común se enfrenta al Estado revolucionario, al pueblo en el poder. Y el delito contrarrevolucionario apunta directamente a la destrucción del Estado de nuevo tipo. De ahí que la delincuencia de una y otra actividad coinciden, de una u otra manera, en la obtención de iguales objetivos a corto o largo plazo. De ahí que ambas actividades se entrelacen como nunca antes lo hicieran. Y en la práctica puede decirse que un delito común es también una manifestación contrarrevolucionaria."
Todo era más sencillo entonces. Cuarenta años después, actividad contrarrevolucionaria y delincuencia común son áreas mucho mejor delimitadas, y la práctica policial entrelaza la primera con la segunda, nunca al revés.
Por lo demás, parece como si no hubiera pasado el tiempo. Cristóbal Pérez define el delito político o contrarrevolucionario como una "actividad delictiva que proviene de potencias extranjeras", términos que nos resultan familiares hoy en día. Y en el relato maniqueo de los medios cubanos, el disidente/delincuente sigue siendo una caricatura del Mal, y el heroico pueblo apoya a los agentes que los combaten en defensa del socialismo.
Problematizar, perforar la frontera entre delito común y delito político y, una vez al otro lado, limpiar los últimos restos retóricos de los 70 en la escena literaria cubana (los 70 son también un silencio), poner frente a los lectores la compleja realidad y no una rígida propaganda (como empezaba a hacer el realismo en los primeros 90). Me parece que no hay mejor destino para el nuevo policial cubano.
La antología Confesiones... llega en buen momento. Más allá de los cuentos, tiene la virtud de incorporar el género mismo a la lectura y el debate. Un género que necesita sintonizar una vez más con las tensiones del presente; de lo contrario, por muy duras y noir que sean las historias, en el fondo estaremos escribiendo canciones de cuna y cuentos de hadas.


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