DOS FRONTERAS PARA EL POLICIAL CUBANO.
Jorge Enrique Lage
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'Si vamos a narrar en serio,
la Seguridad del Estado debe entrar necesariamente en la ficción policial.'
En el texto que sirve de
introducción a la antología Confesiones (Nuevos cuentos policiales cubanos),
Lorenzo Lunar y Rebeca Murga afirman que desde finales de los 80 el relato de
este género se sumó al destape de temas como el jineterismo, la homosexualidad,
el éxodo, el submundo marginal, etcétera.
El realismo de la llamada
novísima narrativa tuvo siempre un costado policial más o menos implícito. Todo
estaba en explorarlo. Pero a partir de ahí, en el contexto de "eso que
vino después del Período Especial" —como diría Juan de los Muertos—,
¿podemos hablar de renovación de formas y contenidos en el género? ¿Se puede
hablar de un nuevo policial cubano?
El presente volumen —que reúne
a Anisley Negrín, Félix Sánchez, Nelton Pérez, Ernesto Peña, Ángel
Santiesteban, Yamilet García Zamora, entre otros— lanza estas preguntas a los
lectores y sugiere algunas coordenadas: es, digamos, una antología
exploratoria, preliminar.
Sean cuales sean las
respuestas, lo cierto es que parece haber un feliz consenso, que Lunar &
Murga suscriben, sobre lo lejos que se encuentra la actual narrativa policial
respecto a los cánones perversos de los 70. Aquella "estética rígida y de
tendencias extremistas", dicen los antologadores. Aquel relato maniqueo,
por todos conocido, donde el policía y el delincuente eran caricaturas
ideológicas.
Conviene entonces reflexionar
sobre ese alejamiento. El camino emprendido por el género en Cuba, desde los 70
hasta la fecha, nos está mostrando hoy un par de límites, dos puntos de
inflexión que el verdadero narrador policial debería mirar de frente. (Lo más
fácil, también lo más común, es mirar para otro lado.)
El primero tiene que ver con
la figura del detective. Armando Cristóbal Pérez, en un artículo titulado
"El género policial y la lucha de clases: un reto para los escritores
revolucionarios", publicado en Bohemia en 1973, señala que en Cuba
es inconcebible la existencia del detective privado. El individualismo y las
relaciones mercantiles que rodean a este personaje no son compatibles con
nuestra sociedad.
En su lugar, Cristóbal Pérez
destaca a otro agente en la lucha contra la delincuencia: el pueblo, que
"colabora con la policía sin ambigüedad alguna, porque con ello apoya su
propia clase en el poder político: el Estado socialista". Lo que Lunar
& Murga llaman "el dogma del héroe colectivo", instaurado como
marca de calidad obligatoria. Como respuesta a este dogma, aparecerá más tarde
el héroe individual dentro de la trama.
El punto de giro lo va a
encarnar, desde luego, el Mario Conde de Leonardo Padura. El investigador se
aparta del modelo del policía perfecto; es más bien un antihéroe, un eslabón en
una cadena de conflictos sociales que lo superan.
Sin embargo, lo más
significativo no es la aparición de Mario Conde, sino el hecho de que, al final
de la tetralogía Las cuatro estaciones, Mario Conde abandona la policía.
Algo queda como en suspenso, algo deben leer ahí los policiales cubanos. Que yo
sepa, todavía no se ha llevado ese gesto hasta sus últimas consecuencias.
¿Es concebible, en el marco de
una novela realista —y no en los 70 sino en los años que corren— la labor del
detective fuera del ámbito de la Policía Nacional Revolucionaria?
Lunar & Murga mencionan en
su prólogo al "investigador por cuenta propia" como una de las
figuras del nuevo policial cubano. Valdría la pena detenerse un poco ahí.
¿Cuál sería el pasado de ese
personaje? ¿Cuáles sus motivaciones? ¿De qué medios técnicos dispone, y cómo
los ha obtenido? ¿Cuál es su posición ante la ley? ¿Cómo son su economía y sus
vínculos sociales? ¿Qué tipo de casos investiga? ¿Quién lo contrata y por qué?
¿Por qué acudir a él en lugar de la policía?
En su argumentación,
remontándose hasta Sherlock Holmes, Armando Cristóbal Pérez recordaba que los
detectives privados por lo general hacen quedar mal a los órganos estatales,
evidenciando su torpeza y sus limitaciones. Y en el caso de que sea un
inspector o comisario quien encarne el modelo de investigador solitario y
excepcional, a la larga éste tendrá problemas con sus superiores. (Un Mario
Conde debe abandonar la policía más tarde o más temprano.)
Habría entonces que perfilar
mejor a ese detective que investiga lo que la PNR no quiere o no puede o no
sabe o no le conviene investigar. El detective como aliado de la PNR y al mismo
tiempo como su crítica. El detective que empieza cuando la PNR ya terminó. El
detective que no recibe órdenes, por lo que puede investigar incluso a quienes
dan las órdenes.
Tengo la hipótesis de que este
personaje, en la Cuba del presente y del futuro cercano, de una u otra manera
va a pisar el terreno de la Seguridad del Estado. Si vamos a narrar en serio,
la Seguridad del Estado debe entrar necesariamente en la ficción policial.
El segundo punto,
estrechamente relacionado con lo anterior, tiene que ver con la actividad
delictiva. Volvamos a 1973, al corazón del Quinquenio Gris. Armando Cristóbal
brindaba en su artículo algunas interesantes observaciones sobre el delito:
"...en la sociedad
socialista la delincuencia común se enfrenta al Estado revolucionario, al
pueblo en el poder. Y el delito contrarrevolucionario apunta directamente a la
destrucción del Estado de nuevo tipo. De ahí que la delincuencia de una y otra
actividad coinciden, de una u otra manera, en la obtención de iguales objetivos
a corto o largo plazo. De ahí que ambas actividades se entrelacen como nunca
antes lo hicieran. Y en la práctica puede decirse que un delito común es
también una manifestación contrarrevolucionaria."
Todo era más sencillo
entonces. Cuarenta años después, actividad contrarrevolucionaria y delincuencia
común son áreas mucho mejor delimitadas, y la práctica policial entrelaza la
primera con la segunda, nunca al revés.
Por lo demás, parece como si
no hubiera pasado el tiempo. Cristóbal Pérez define el delito político o
contrarrevolucionario como una "actividad delictiva que proviene de potencias
extranjeras", términos que nos resultan familiares hoy en día. Y en el
relato maniqueo de los medios cubanos, el disidente/delincuente sigue siendo
una caricatura del Mal, y el heroico pueblo apoya a los agentes que los
combaten en defensa del socialismo.
Problematizar, perforar la
frontera entre delito común y delito político y, una vez al otro lado, limpiar
los últimos restos retóricos de los 70 en la escena literaria cubana (los 70
son también un silencio), poner frente a los lectores la compleja realidad
y no una rígida propaganda (como empezaba a hacer el realismo en los primeros
90). Me parece que no hay mejor destino para el nuevo policial cubano.
La antología Confesiones...
llega en buen momento. Más allá de los cuentos, tiene la virtud de incorporar
el género mismo a la lectura y el debate. Un género que necesita sintonizar una
vez más con las tensiones del presente; de lo contrario, por muy duras y noir
que sean las historias, en el fondo estaremos escribiendo canciones de cuna y
cuentos de hadas.
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