Durante treinta y dos años de mi vida, habité en la calle Reina, llena de recuerdos, sitios históricos, lugares de literatura e historia. Soy centrohabanera de nacimiento y por genética porque mi padre nació, creció y ha vivido toda su vida en este municipio. En Reina se alza el imponente Palacio de Aldama, donde se hacían las célebres tertulias literarias de Domingo del Monte . En Reina se velaron las cenizas de Mella y en ella vivía Bachiller y Morales.
Tengo guardada en la memoria –o quizás en algún viejo cuaderno escolar- las historias más fascinantes de esta calle. Porque las calles de La Habana son ellas solas, en sí, leyendas vivientes.
Calles de la ciudad.
Por: Ciro Bianchi Ross
Fue bajo el mando del gobernador Miguel Tacón que se rotularon por primera vez las calles de La Habana y se procedió asimismo a numerar de los locales. Tal procedimiento se puso en práctica entre 1834 y 1838, y no volvió a hacerse hasta 1937. Dice el historiador Emilio Roig que tras el cese de la dominación española en Cuba, el Ayuntamiento habanero comenzó a cambiar los nombres de las calles de manera caprichosa e inconsulta, sin obedecer orden, plan ni sistema alguno, sino en respuesta a intereses personales, vanidades, razones políticas y adulonería. A veces, reconoce el historiador, el Ayuntamiento actuó movido por la buena voluntad. Pero cada cambio provocaba siempre la protesta del vecindario.
Fue el propio Emilio Roig, en 1935, quien propuso que se restituyese a las calles habaneras sus nombres antiguos, tradicionales y populares, siempre que no hirieran el sentimiento patriótico del cubano. Los nombres de próceres o de celebridades nacionales de la cultura y de la ciencia con los que se rebautizaron esas calles, debía reservarse, a juicio del historiador, para calles nuevas o innombradas. Proponía además que no se diese a ninguna calle, calzada o avenida nombres de personas vivas o que no tuviesen al menos diez años de muertas, y que no quedara al arbitrio de los dueños de las nuevas urbanizaciones la denominación de sus calles. Los argumentos de Roig tuvieron aceptación por parte de las autoridades.
A CAPRICHO
Del nombre de un vecino que sobresalía entre los demás, de un establecimiento comercial, de un hecho curioso ocurrido en ella, de una iglesia, de un árbol… iban tomando y variando las calles sus denominaciones a medida que La Habana crecía. Aguacate se llama así por el frondoso aguacatero del huerto del antiguo convento de Belén, árbol talado en 1837. Bernaza, por un panadero de la zona. Gervasio, por Gervasio Rodríguez, propietario de una famosa conejera que se hallaba en la esquina de la calle Lagunas. Escobar, por un regidor del Ayuntamiento que vivió en una de las primeras casas que en ella se construyeron. Ejido, desde Lamparilla hasta Muralla, se llamó Del hombre caído, por un vecino que tuvo la desgracia de caer desde el techo de su casa. Calle trágica, por lo demás, porque en ella, frente al convento de las Ursulinas, se alzaba la tenebrosa horca, trasladada en 1810 para la explanada de La Punta, donde cayó en desuso en 1830 para dar paso al no menos tenebroso garrote. Por cierto, como las ejecuciones eran públicas, mientras se ahorcaba a un sujeto, un viejo religioso pedía limosnas entre los presentes a fin de ayudar con lo recaudado a la familia del condenado o propiciarle un entierro decente. Solicitaba las donaciones al compás de dos campanillas, que hacía sonar con insistencia. Luego, cuenta la tradición, viejas devotas conseguían que el sacerdote les prestase aquellos adminículos. Las llenaban de agua para dar de beber a los niños. Decían que favorecía la dentición.
El habanero nunca ha asimilado los nombres oficiales de las calzadas de Reina y Monte. Sucede lo mismo con Carlos III.
Monte era, de ahí su nombre, el camino del campo. Se le llamó primitivamente De Guadalupe, por la ermita donde se rendía culto a esa virgen, y porque conducía al ingenio de ese nombre, en Santiago de las Vegas. Pero ya a mediados del siglo XIX se le denominó de manera oficial Príncipe Alfonso. Un Borbón que llegaría al trono español como Alfonso XII. Por Monte entró Máximo Gómez a La Habana, finalizada ya la Guerra de Independencia, y así la bautizó el Ayuntamiento en 1902. Pero esa denominación no prendió y sigue sin prender. Reina, llamada así por Isabel II, la de los tristes destinos y los alegres amores, recibió el nombre oficial de Simón Bolívar en 1918 y muy pocos parecen estar enterados. El uso y la costumbre actuaron también aquí negativamente. Persiste el nombre antiguo y casi nadie la conoce por el nombre honroso del Libertador. Tuvo antes otros nombres. Camino de San Antonio, por conducir a ese ingenio, en la zona de la actual Plaza de la Revolución, y de San Luis Gonzaga, por una ermita situada a la altura de Belascoaín. Fue la primera salida de la ciudad hacia el campo hasta que la construcción del puente de Chaves sobre Monte permitió el acceso también por esa vía.
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