El lunes 24 de junio presenté el examen profesional del Doctorado en Creación Literaria en Casa Lamm. El tema de discusión fue, precisamente, el del título que encabeza este escrito. Estoy muy complacida por los resultados obtenidos y por el público que me acompañó, al que quiero agradecer su apoyo. Hoy les presento la primera parte de la disertación y en los próximos días iré subiendo el texto completo, que espero disfruten.
Antes de entrar de lleno en la novela que nos ocupa hoy, permítanme un breve recuento de la literatura policíaca, con el objetivo primordial de contextualizar el tema que nos reúne. La literatura policíaca, como género, nace con Edgar Allan Poe ( 1809-1849 ) y su detective Auguste Dupin en La trilogía Dupin –conformada por “Los crímenes de la calle Morgue”, “La carta robada” y “El misterio de Marie Rogêt”. La crítica ha considerado, mayoritariamente, a Auguste Dupin como el paradigma del detective analítico que aplica la razón para resolver los casos. Su figura, por lo tanto, es adoptada sucesivamente como clásica para los escritores policíacos de todos los tiempos. Fue publicado por primera vez en abril de 1841. En estas historias, que marcarían la fórmula clásica policíaca, se plantean los pasos que durante mucho tiempo rigió a dicho género: un asesinato (o robo), una serie de sospechosos, un detective brillante que descubre al asesino o ladrón. En Inglaterra, Arthur Conan Doyle seguiría los pasos de Poe con Sherlock Holmes y Watson. A partir de su primera obra, Estudio en escarlata, de 1887, Conan Doyle se colocaría como el autor más conocido en el género. Las obras de Doyle han sido llevadas al cine, teatro, cómics y la vida y figura de Holmes constituyen uno de los grandes mitos literarios, con su museo incluido en Londres. . Aunque sólo protagonizó cuatro novelas y 56 relatos, es quizás el detective más venerado en el mundo.
La escritora inglesa Agatha Christie, creadora del detective Hércules Poirot y de la muy sui géneris investigadora Miss Marple es otra de las figuras relevantes en el género policíaco. En sus ochenta novelas utiliza diversos métodos para desarrollar sus tramas, desde el enigma de la habitación cerrada –que había iniciado Poe-, pasando por la novela donde todos los sospechosos van muriendo –Los Diez negritos- hasta el relato de la historia en boca del asesino.
En Estados Unidos se da un fenómeno muy interesante en el género ya en el siglo XX. En 1922 la revista Black Mask empezó a publicar un nuevo tipo de relato policial con un detective no del todo íntegro, que se movía en una sociedad donde la corrupción y la violencia habían penetrado en sus más íntimos recovecos. De esta manera aparece la llamada novela detectivesca hard-boiled, con Dashiell Hammet y El halcón maltés, de 1930. Con Sam Spade, el protagonista de El halcón maltés, se inaugura un nuevo antihéroe, un hombre común que observa la vida con la mirada del hombre de la calle, de moral y ética equívocas, defensor de los derechos humanos pero a su propio modo; bebedor y cínico, salvaje, imprevisible y desconcertante, que no perdona a nadie, esté vivo o muerto, sea hombre o mujer; sin escrúpulos para enredarse con la esposa de su socio pero con la necesaria conciencia como para entregar a la mujer que cree amar pero que reconoce como culpable de un crimen.
Raymond Chandler, uno de los grandes escritores de esta corriente, en El simple arte de matar cita a Dashiell Hammett como el escritor que “extrajo el crimen del jarrón veneciano y lo depositó en el callejón”. Nacía la novela negra, el género del mundo profesional del crimen, como un fiel reflejo del universo americano, sus tradiciones y su contexto.
La literatura policíaca se divide, a partir de 1922, en dos grandes grupos: la que responde al modelo inglés del enigma y la que se acerca más al modelo norteamericano duro. En simples palabras: la del detective holmesiano y la negra. A partir de estos dos grandes bloques, surgirán toda una serie de “ismos”, capaces de incorporar humor, historia, ciencia ficción, erotismo, vampiros, etc, etc, para constituir una especie de novela social multi temática en la que podemos encontrar héroes de los más disímiles credos y trabajos ligados al mundo del crimen.
Después de este muy breve recorrido por la novela policial -y no es por un capricho mío sino porque el examen profesional es acerca de Del otro lado, mi vida, novela policíaca que se inserta dentro de una tradición imposible de soslayar- es necesario abarcar la presencia del género en Cuba Se han encontrado ejemplos aislados de literatura policial en Cuba en épocas tempranas del siglo XX, como la novela Fantoches, escrita en 1926 entre un grupo de intelectuales cubanos, diez en total, y publicada en la revista Social. Es ésta la primera vez en que se da a conocer una obra de temática policial en la Isla. Antes de enero de 1959, los lectores nacionales dependían fundamentalmente de los autores norteamericanos para la lectura de obras de temas policiales o de algunos nombres famosos europeos, en traducciones publicadas en las revistas semanales A partir del decenio de 1960 es que el género irrumpe, con dos novelas muy cercanas en cuanto al año de publicación: Enigma para un domingo (1971), escrita por Ignacio Cárdenas Acuña, y La ronda de los rubíes (1973), de Armando Cristóbal Pérez .
La novela policial cubana alcanza su máximo esplendor a partir, precisamente, de lo que se ha dado en llamar el quinquenio gris, aunque para algunos críticos fue más bien una década negra. A partir de la convocatoria del concurso de literatura policíaca auspiciado por el MININT – del que soy una especie de hija rebelde- surgió y se propagó por el país una literatura que se basaba en los cánones de la novela de enigma inglesa pero con una peculiaridad manifiesta: de un lado, estaban los órganos de la seguridad el estado, los CDR, el pueblo ansioso por defender los logros de la revolución, es decir, los buenos y del otro los delincuentes contrarrevolucionarios o los agentes de la CIA, es decir, los malos. Como bien afirmara Leonardo Padura
… en lo fundamental se trabajó sobre una retórica que se repetía de obra en obra y sobre un modelo que difícilmente permitía las innovaciones genéricas e, incluso, la profundización artística de los contenidos o la problematización veraz de los personajes…
Si la nueva novela policíaca de los otros países de la lengua se imponían una actitud desacralizadota ante el género y asumían los cambios de la posmodernidad… los policíacos cubanos… se lanzaron a la creación de una literatura apologética, esquemática, perneada por concepciones de un realismo socialista que tenía mucho de socialista pero poco de realismo…
Restringidos dentro de esos cánones inviolables, pocas obras llegaron a salvarse e imponer ciertos criterios esteticistas. Tal es el caso de El cuarto círculo (1976) escrita a cuatro manos entre Luis Rogelio Nogueras ( Wichy) y Guillermo Rodríguez Rivera; Y si muero mañana ( 1977 ), del propio Wichy y Joy, ( 1978) del uruguayo radicado en Cuba Daniel Chavarría. Pero al arribar la década de los 80, la narrativa policíaca cubana se había sumido en el cansancio de los clichés. La creación de la Asociación Internacional de Escritores Policíacos en 1985 propició el acercamiento con otros autores del mundo y el conocimiento de los nuevos caminos tomados por el género policial. Y es entonces cuando se produce un viraje en las obras. Esta nueva época la encabeza Leonardo Padura, quien comienza a escribir su serie sobre el teniente Mario Conde a comienzos de la década de los años noventa. Hay que anotar la fecha, imprecisa y recurrente en sus libros. Es el momento en que la novela policial adquiere carta de ciudadanía literaria en Cuba y el género retoma el carácter de denuncia que lo caracteriza.
Uno de los méritos de Padura, como escritor policial, es haber logrado librarse de las ataduras ideológicas e insertar en la realidad cubana a un policía similar al protagonista de las obras de Hammett y Chandler, y poder eludir el hecho de que en éstas el héroe no es un policía sino un detective privado (en muchas ocasiones un ex policía o agente del fiscal), quien precisamente por su rechazo a la moral del establishment y de sus cuerpos represivos adopta un código propio.
Cuando el teniente Conde era policía, siempre se caracterizó por ser un hombre solitario y singular entre sus compañeros. Un oficial que conservaba su entereza y luchaba por la supervivencia de sus valores en crisis. Un miembro de la policía que en realidad actuaba y pensaba como un detective privado, al estilo norteamericano.
A partir de la década de 1990, Padura introduce en la narrativa policial el tema negro cubano, marcado por la situación social del país en lo que se dio en llamar Período especial. No es una copia mimética de su antecesor norteamericano sino, otra vez, sacar el crimen a la calle y ponerlo en manos de los sectores más oscuros y marginados de la población. Padura recrea La Habana de los bajos fondos que había sido relegada en el período del romanticismo paradisíaco policial cubano. De esta manera, se entronca con obras del mexicano Paco Ignacio Taibo II (1949) quien, en 1976, publicara Días de combate, una obra negro-policíaca, donde un detective privado develará el submundo negro de la ciudad de México o del brasileño Rubem Fonseca (1925) donde retrata, en estilo seco, áspero y directo, la violencia humana, en un mundo donde marginales, asesinos, prostitutas, delegados y pobres miserables se mezclan. La novela negra en América Latina adopta, al igual que lo hizo décadas antes la norteamericana, su realidad social y la afronta en toda su “negritud” para develar el mundo criminal que lo circunda.
Padura conjuga la labor de un policía, Mario Conde, devenido luego en vendedor de libros por cuenta propia y detective por convicción –alejado de los clichés inviolables de años anteriores- con la realidad de las calles habaneras, por lo que novelas se van complejizando en su visión descarnada de una Cuba muy diferente: jineteras, contrabandistas, mercado negro, asesinatos, corrupción, comienzan a desfilar no sólo por las novelas y cuentos de Padura, sino también por la pluma de otros autores, entre los que destacan, en la actualidad, dos nombres que representan a la vertiente más nueva de la novela negra cubana: Amir Valle ( 1967 ) y Lorenzo Lunar ( 1958 ). El nuevo fenómeno policial negro cubano –o poliviogra, como me he tomado la libertad de llamar en más de una ocasión a esta vertiente que integra lo policíaco, la violencia social y los aspectos más negros de la sociedad actual- está representado por novelas como La neblina del ayer ( 2005), de Padura; Santuario de sombras ( 2007 ), de Amir Valle y Usted es la culpable ( 2003) , de Lorenzo Lunar, que le han dado nueva vida a la novela policíaca cubana de finales del siglo XX y principios del XXI.
La novela policíaca cubana transitó por un período que va de los textos de enigmas estilo inglés, con personajes colectivos que participaban en la resolución de los crímenes; con héroes socialistas inmaculados en una lucha sin cuartel contra la CIA y los delincuentes financiados por la Agencia, a una etapa que devela los problemas más acuciantes de la calle, lo negro más negro de una sociedad que no es perfecta y que lucha por sobrevivir a toda costa. En las dos etapas –de 1975 a 1990 y de esa fecha a la actualidad- el género cumplió sus objetivos. Porque no se puede negar que, con sus errores, sus clichés y su afán de purismo moral, la primera etapa sentó las bases del género y creó un público ávido de lecturas detectivescas que ahora, en pleno siglo XXI, devora todo lo que éste u otro género ponga en sus manos. Porque la novela negra, policíaca y poliviógrica es, por excelencia, la novela que más se lee en Cuba.
2 comentarios:
Es excelente el estudio que hiciste sobre la novela policiaca desde sus principios, pero más lo referente a Cuba porque no se sabía mucho sobre eso .
Jose
Gracias, Jose, en estos días subo la segunda parte.
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