QUE EL ÁNGEL DE LA JIRIBILLA LOS ACOMPAÑE.

sábado, 16 de noviembre de 2013

¿DÓNDE ESTA LA HEREJÍA? PRIMERA PARTE



herejes-leonardo padura-9788483834916Con mucha desilusión he terminado la novela Herejes, de Leonardo Padura. Y con profunda pena leo las opiniones de los lectores –sin ningún basamento sólido- de “estupenda”, “maravillosa”, “genial”… pues, no, esta novela no acepta, admite, ninguno de estos apelativos. Pero yo sí voy a explicar por qué: nada del banal e infantil “me gustó”. En crítica, el “me gustó” forma parte de la llamada crítica impresionista donde sólo entran en juego las sensaciones, proyecciones, impactos a nivel emocional que una obra puede ejercer sobre su público. Me puede gustar una obra porque despierta en mi subconsciente ciertas relaciones asociativas con mi vida. O, quizás, porque me identifico ideológicamente con el autor. Porque me gusta la manera en que despotrica de las religiones… etc, etc. Todo esto, sin embargo, no significa que tengas los valores –entiéndanse literarios en este caso- atendibles para ser una novela “excelente” ni “formidable”. Y conste que puedo afirmar con rotundo orgullo que he leído TODAS las obras de ficción de Padura –desde Fiebre de caballos, pasando por La puerta de Alcalá y otros cuentos hasta Herejes. Y he visto, con mucha alegría, el progreso narratológico de este autor. ¿Qué sucede, entonces, con Herejes? ¿Por qué mi decepción?
Sepan que escribo estas líneas con una mezcla entre miedo y deseos de decir lo que analicé de la novela. Para nadie es un secreto que Padura tiene, dentro de Cuba, profundos detractores entre los que se encuentran los mediocres literarios de siempre, que no pueden –y saben que no podrán jamás- escribir ni cercanamente como él. Y eso los convierte en furibundos atacantes de la narrativa de Padura. Están, por supuesto, los ratones ideológicos, aquellos que medran buscando, con su olfato atrofiado, el más mínimo desliz de lo políticamente incorrecto para lanzarse sobre cualquier artista y convertir su vida en un martirio –ejemplos sobran, iluminados por el triste recuerdo de Maiakovsky. El Premio Nacional de Literatura otorgado al autor cubano no fue por unanimidad, sino por mayoría. Y basta conocer los nombres del jurado para saber, sin equivocaciones, quiénes estaban detrás de la negación. Es, por lo tanto, altamente espinoso criticar a Padura porque las hienas sólo esperan un resbalón para hincar sus fauces sobre uno más, sin importar  siquiera que los lectores cubanos devoran sus obras; que Mario Conde es el detective activo e inactivo más conocido en la Isla y que, por supuesto, Padura es popular, querido, admirado y venerado entre los amantes del género. Pero, por la propia salud del mismo –el hombre, su personaje  y la literatura- creo necesario llamar la atención de ciertos aspectos que ya se empezaron a percibir en El hombre que amaba a los perros y que alcanzan su cúspide negativa con Herejes. Vamos, pues, a desglosar los elementos que lastran esta novela.

LAS TRES HISTORIAS
Herejes narra tres historias en igual número de grandes bloques narrativos que no se entrelazan: la del niño Daniel Kaminsky –mezclada con un Mario Conde pálido, caricaturesco, repetitivo que lastra el ritmo narrativo-; la del judío Elías Ambrosius, alumno de Rembrandt –con mucho, la mejor de las tres por su concienzuda investigación histórica y la fuerza de sus personajes- y, por último, la de la emo Judy, donde al autor coloca –un tanto forzadas las conclusiones apocalípticas de una Cuba que se desmorona, una tendencia a que el narrador caiga en varias ocasiones al consabido “teque”- la visión más negra de estos dark caribeños dentro de un fragmento de una sociedad también negra en sus percepciones. Pero este negrismo –que responde al género negropolicial o negrocriminal- jamás alcanzará las proporciones estupendas, vívidas, magistrales, alucinantes, de La neblina del ayer. Es, más bien, una visión grisecita de lo que significa la rebelión pasiva, callada y contradictoria de jóvenes sin apoyo familiar y rechazados dentro de una Cuba incapaz no ya de formar al “hombre nuevo” sino ni siquiera lograr entender estas actitudes juveniles de chicos tempranamente agotados de la vida –y en la vida- pero que, sin embargo, se mueven en un contexto de alto consumismo capitalista.
Precisamente en la primera historia –la del niño Daniel Kaminsky - es donde la novela carga – y se carga- de pesados lastres, muy peligrosos desde el punto de vista narratológico porque el lector, cansado de repeticiones del club de amigos de Conde, puede abandonar una lectura que se hace larga hasta el profundo aburrimiento. Las constantes citas a pie de página que se marcan aludiendo de qué otra obra de Padura sale la idea, el fragmento, la aseveración –Máscaras, Pasado Perfecto, etc, etc- son definitivamente innecesarias y señalan un recurso mercadotécnico que quizás funcione en los círculos editoriales pero que a esta altura del siglo XXI e imbuidos en la posmodernidad sólo logran establecer preguntas o fomentar rencores innecesarios. La posmodernidad abrió las puertas para incentivar los deseos de averiguar: una novela lanza el anzuelo, el lector interesado busca más. Una obra despierta sensaciones, dudas: el lector indaga. Quizás haya algún objetivo que escapa a mi visión con esta altamente insultante forma de llamar la atención del lector, ¿es que acaso piensan que las personas que abrieron estas páginas forman parte del grupo de tarados que consumen, de manera irracional, novelitas de superación personal o escandalosos y morbosos bestseller? ¿Lectores “hembras” como los llamaba Cortázar? Por favor, no tachen nunca a un lector de Padura de tonto porque están acostumbrados a otra forma de abordar la literatura… y no es ésta. Si el lector es novel en las obras del cubano y empieza por Herejes, debe tener la suficiente lógica como para buscar pos sí mismo sin que la novela esté señalando a cuál anterior pertenece. Y si es un asiduo, sencillamente, se sentirá extrañado por tamaña tontería, ¿acaso no existe la intertextualidad? Para colmos, Padura se lanza casi 200 páginas en devaneos  sentimentales que ya repitió en textos anteriores: no aportan nada porque, sencillamente, no funcionan en la diegésis. Mucha paja en estas 200 primeras páginas y muy poco rescatable –a no ser la parte correspondiente a Daniel, su vida y el barco cargado de judíos. ¿Por qué- me pregunto- no abundó más en la ficcionalidad de la familia judía que estaba en el barco? Personajes ausentes, únicamente referidos, la construcción de su historia desde el barco hubiera sido genial, aun cuando supiéramos que es ficción: se puede crear ficción creíble, con personajes tan vivos como los históricos. ¿O acaso no laten nuestros corazones con Guillermo de Baskerville y Adso en aquella abadía perdida en la Europa entre la Edad Media y el Renacimiento? Y hago esta salvedad porque El nombre de la rosa, además de utilizar elementos como la intertextualidad, interesantes paratextos, heterología –entre tantos otros recursos- ; no obstante ser un bildungsroman diferente   es, indiscutiblemente, una novela policial donde se mezclan guiños al lector con la conjugación de novela histórica-policial ¿Entonces?
No existen en literatura cánones inamovibles pero sí creo en uno: aproximadamente, las 30 primeras páginas deben ser un gancho al lector. Leer 200 páginas donde casi todo sobra es un marcado suplicio.
Continuará