QUE EL ÁNGEL DE LA JIRIBILLA LOS ACOMPAÑE.

viernes, 6 de julio de 2012

CONFESIONES ANTE LA CRÍTICA

Carta a Lorenzo Lunar y a Rebeca Murga, por sus Confesiones
Laidi Fernández de Juan, 06 de abril de 2012
Queridos Rebeloren:

La necesaria antología que han hecho a cuatro manos, esas Confesiones que Unión (2011, con ilustración de cubierta de Rocío García Nuez, inmejorable para el tema), tuvo lista para la más reciente Feria Internacional del Libro 2012, despierta mucho interés, y me dirijo a ustedes, responsables no sólo de la selección de las dieciocho narraciones, porque cuentos vuestros son incluidos, y además, por si no bastara, aclaran muchos aspectos acerca del nuevo cuento policial cubano en la suerte de introducción llamada ¿La aguja en el pajar?, firmada por ambos.

Para los amantes del género policial, que somos más de lo que se piensa, resulta iluminadora la exposición de los rasgos distintivos que, según ustedes, posee el nuevo cuento policial cubano: la desacralización del héroe, la introducción de personajes novedosos en nuestra literatura, la exploración a diversos niveles de realidad, el uso de recursos lúdicos, la visión del otro y la libertad creativa.

Por la forma en que aparecen descritos estos rasgos, se facilita la comprensión histórica de este tipo de literatura en nuestro medio, a la vez que introduce al público lector en lo que ustedes llaman un "fenómeno literario independiente". Por su carácter movilizador, osado, y porque se basa en observaciones hechas por ustedes, cultores del género policial y negro en Cuba, este microensayo merece un análisis respetuoso y constituye un referente para estudiosos.

La Antología, como todo buen ejemplo de posibilidades temáticas y estilísticas, reúne narraciones que no están –es imposible que así sea– al mismo nivel desde todo punto de vista. Serán los destinatarios finales de toda obra artística quienes harán su propia selección dentro de la que ofrece el libro. Como pertenezco a ese público lector, y porque resulta imposible detallar a todos, me referiré a algunos de los cuentos que a mi juicio, sobresalen.

Por ejemplo: "La acera infinita", de Anisley Negrin, es una narración ejemplar. Ambientada en cualquier parte del mundo (detalle éste común a la mayoría de los cuentos; curiosamente, los sucesos no se ubican en ningún lugar específico), va girando la voz narradora a manera de una lógica catarata donde el mimetismo alcanza sesgos realmente admirables. El primer narrador se transforma hasta convertirse de forma sucesiva en varios caracteres diferentes, incluso en el sexo, y es, consecutivamente El asesino, La mujer elegante, El barrendero, El jefe, y por último La víctima. La tensión que mantiene Anisley en todo momento de la narración, convierte a La acera infinita en un cuento memorable.

Este mismo recurso de variar las voces narrativas utiliza Yamilet García Zamora en su "Sinfonía para un crimen", aunque a diferencia del anterior, en este cuento sí queda claramente establecida la geografía del lugar: Centro Habana, ciudadela Los Sitios. Quizás con alguna imprecisión (el asesino se cuida de no ser arañado pero más adelante muerde el cuello de su víctima) y con mucha más violencia verbal que el cuento "La acera infinita", "Sinfonía..." resulta un buen cuento.

También con ubicación precisa, y esta vez con abundante empleo del diálogo, "Itanam de las barcas", de Nelton Pérez, aborda el drama de la separación familiar cubana sin que pueda decirse que se trata de un cuento policial propiamente dicho. Más bien, a mi juicio, se inscribe dentro del género negro al tratar el asunto social con carácter denunciatorio aunque, en apariencia, la narración tenga visos de costumbrismo. Y de costumbres, –esta vez rurales –, trata el magnífico cuento de Mario Brito, "El viejo que se comía la suerte".

Echando mano al humor como recurso (¡qué bien, humor y crimen!), Brito ofrece, a la vez, una estampa donde la tensión, aunque solapada por las angustias de la mujer narradora, no pierde altura. Es un cuento atípico, que se agradece por su frescura, su limpieza y su irónica comicidad.

El cuento que da título a la Antología, "Confesiones", de Obdulio Fenelo Noda, es también de excelente factura. Utilizando el ambiente opresivo de un templo religioso y sus contornos inmediatos (de cualquier lugar), el autor nos introduce en el mundo conductual del asesino, de modo que participamos en el espejo de sus pensamientos. A pesar de que una parte del desenlace de la narración es predecible, porque hemos sido preparados(as) para ello, no queda ningún elemento al azar, nada sucede como apoyatura narrativa, y el autor logra redondear muy bien la historia.

"Una novela para Dostoievski", de María del Carmen Muzio, es el más tradicional de los cuentos seleccionados por ustedes en cuanto al acercamiento al tema policial, pero al mismo tiempo, es novedoso al incluir la figura del escritor (en este caso, escritora) necesitada de historias para contar, e insatisfecha con el resultado final. De soslayo, el drama personal se imbrica con los recursos que la protagonista se ve forzada a utilizar en aras de alcanzar su objetivo. La duda con la cual queda la escritora del cuento una vez finalizada la historia central, es transmitida al lector, que se queda (nos quedamos) tan inconformes como ella con la sentencia aplicada.

Por razones de cortesía, he dejado vuestros cuentos para el final de este comentario.

El tuyo, Lorenzo, ese "Es muy fácil conocido y admirado desde hace algún tiempo", mantiene su efectividad transgresora. Narrado desde la primera persona, en este caso con voz de un ser, –para decir lo menos: subnormal–, la trama devela una violencia intrínseca que se asume como natural en el medio en el cual se desenvuelven todos los personajes. Tan culpable es la figura principal como los malhechores que lo utilizan, para al final hacer recaer la responsabilidad en la sociedad que los ha abandonado.

Asimismo, Aquiles Rosales, el protagonista tuyo, Rebeca Murga, para "Con las manos limpias", comparte la condición de discapacitado mental del cuento anterior, aunque en este caso la tercera persona que narra mantiene mucha más frialdad, y la narración resulta francamente despiadada. Incluso más fuerte en su carácter negro-social porque engloba a policías como victimarios sórdidamente ocultos bajo sus disfraces.

Es este libro, sin dudas, un botón de muestra de hacia dónde se dirige nuestra literatura policial del momento. Más que eso, es el necesario exponente de que ustedes y muchos (y muchas) más se empecinan (por fortuna) en no dejar caer ímpetus en el empeño de mantener el cultivo del cuento policial, característico de Cuba. Felicidades a ambos,

Laidi Fernández de Juan,

Abirl, 2012.